El perro de Torquay

Casares celebrando un gol en Chapín / Xerez DFC

Jerez de la Frontera
Torquay United es un club pueblo de las ligas inferiores de Inglaterra y que tiene una historia de lo más curiosa. Allá por la temporadas 86/87, este modesto equipo jugaba en liga profesional, la 4º División, y su destino era deambular por la zona baja de la tabla siendo el principal candidato al descenso, con la sombra de severos rumores de desaparición del club en ciernes. La grada principal del estadio Plainmoor estaba parcialmente aniquilada por un incendio de meses atrás. No había dinero para arreglarla ni para tener unos vestuarios. Cada desplazamiento se hacía en autobús en los que se llegaban al campo visitante 20 minutos antes de empezar los encuentros. Entre sus jugadores destacaba para su afición sobre todo su goleador Paul Dobson y su capitán Jim McNicholl, lateral de gran proyección ofensiva, o lo que viene a ser un Jesús Mendoza de toda la vida.
La última jornada de Liga, el Torquay se la jugaba en su estadio contra el Crewe, equipo clasificado cómodamente. El primer tiempo acabó con victoria para los visitantes 0-2 y mal pintaba la cosa. Pero tras empezar la segunda parte con un gol local que recortaba distancias, sucedió lo más inverosímil. A sólo 4 minutos del final, un balón se pierde por la banda y cae a la altura de un policía ingles y su perro, atentos a la incontrolada afición local. Jim McNicholl fue a recoger el esférico para sacar de banda y el perro policía, alterado por el gentío, mordió a Jim. La sangre salía incesantemente y hasta arrancó un trozo de su muslo. El Lincoln City por ese momento perdía y al Torquay sólo le bastaba el gol del empate para lograr la permanencia. Pero los locales no tenían más sustituciones disponibles... y por ello Jim decidió continuar jugando los 4 minutos que faltaban con un sonrojado vendaje. En ese momento todo cambió y afición y equipo se unieron en una locura generalizada en pro del milagro de la permanencia del modesto equipo inglés.
Cuando García-Tebar llegó al Xerez Deportivo FC a falta de 15 jornadas y a 7 puntos de la liguilla, con una afición desesperada y aburrida (entre el que se encontraba José María Aguilar, que sirva este paréntesis para firmar este artículo), no parecía fácil detener la sangría de puntos perdidos que iba acumulando el club de los empates. Las posibilidades xerecistas de alcanzar una plaza entre los cuatro primeros se parecían al dolorido muslo de Jim McNicholl y la liguilla se alejaba. Pero entonces algo pareció morder con dientes afilados la conciencia, el espíritu ganador, el coraje y el orgullo de una plantilla capacitada a lograr la Segunda B de los anhelos xerecistas: el nuevo mister.
El juego azulino recuperó verticalidad, ambición, garra y lucha. Del toque hacia atrás se pasó a abrir opciones en la línea de tres cuartos; y de esperar al contrario en tu campo, al achique de espacios y presión al rival. La premisa de este equipo era ganar. Y todo ello me ha hecho pensar que no sé si fue en la moral, en el muslo o directamente en los testículos de los jugadores, pero el penalti convertido por Bello esta mañana en Coria casi al final del partido me ha recordado al gol, in extremis, que Paul Dobson consiguió ante el Crewe y que le valió la permanencia a su equipo. Será por su olfato canino o por su experiencia, pero con el olor a Guadalquivir aun en la pituitaria, definitivamente creo que Garcia-Tebar ha sabido hacer la animalada de averiguar con qué ímpetu hay que hincar el diente para obtener el mismo efecto positivo que tuvo el perro de Torquay.
José María Aguilar




