El infierno son los otros
El infierno son los otros. Firma de opinión de Javier Vilaplana
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¿Cómo iba a poder adivinar Jean-Paul Sartre, cuando escribió aquello de que el infierno son los otros, que estaba anticipando un certero titular que resumiera la eterna campaña electoral en que se ha convertido nuestra vida pública?
El espectáculo de la política ha devenido en un discurso ramplón y superficial que se limita a movilizar a unos contra otros, agrupando, a través de eslóganes despreocupados con la verdad pero muy interesados en la emotividad del receptor, a amigos frente a enemigos y ello desplegando sobre el tablero del juego político una irresponsable y falaz lógica binaria que se simplifica en buenos y malos.
Sin embargo, cualquier análisis mínimamente crítico nos pone en guardia acerca de que esta falsa y ruidosa dicotomía entre dos polos irreconciliables -nosotros contra ellos- tiene como resultado minar las bases mismas de una democracia que sólo se entiende como el decidido y voluntarioso hábito de coexistir, de compartir, de dialogar y de respetar a quienes tienen proyectos de vida diferentes a los nuestros.
Parece una obviedad, pero tener una distinta ideología política no significa necesariamente ni ser perverso ni ser estúpido, tan sólo, abrazar otras ideas de Justicia.
El día a día en una sociedad como la nuestra sólo es ya interpretable o gobernable desde la riqueza que aflora tras el acuerdo, leal, que surge entre dispares concepciones políticas. La pureza ideológica sólo es posible en regímenes autoritarios en los que se niega o se condena la diferencia. Y es que el consenso no suele ser un punto de partida, sino de llegada y requiere esfuerzo, empatía y decencia cívica.
Termino recordando que también en “Las Ciudades Invisibles” de Italo Calvino podemos encontrar una conocida referencia sobre el infierno que habitamos. Sin embargo, esta bellísima obra concluye con una optimista receta para no sufrirlo. Una fórmula que implica atención y aprendizaje continuos, como la democracia. Tomen nota: buscar y reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.
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