Fausto Culebras, el escultor de Gascueña que salió de España para morir en Cuenca
Recordamos a uno de los grandes artistas de la provincia de Cuenca a lo largo del siglo XX
Cuenca
“Salir de España para morir en Cuenca”. Con este titular, el periodista conquense Martín Álvarez Chirveches reflejaba en la primavera de 1959, el tremendo impacto recibido en Cuenca sobre la muerte del escultor de Gascueña, Fausto Culebras, ocurrida el 24 de marzo, tras un accidente laboral, cuando contaba con 59 años.
Fausto Culebras, el escultor de Gascueña que salió de España para morir en Cuenca
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En Páginas de mi Desván, con José Vicente Ávila en Hoy por Hoy Cuenca, recordamos la figura del escultor de Gascueña, que forma parte de ese cuarteto de escultores integrado por Luis Marco Pérez, Fausto Culebras, Leonardo Martínez Bueno y José Navarro Gabaldón, a los que el historiador Israel José Pérez Calleja califica como “adalides y maestros de la escultura figurativa y la imaginería religiosa conquense del siglo XX”, que verá la luz en una tesis doctoral.
Hablamos de Fausto Culebras, citado por artistas que fueron alumnos suyos y tuvieron gran notoriedad. Nada menos que Pedro Mercedes, Tete Manzanet, Óscar Pinar, Amador Motos, José Porras… Faustino Culebras Rodríguez, conocido artísticamente como Fausto Culebras, nació en Gascueña el 15 de febrero de 1900, es decir, dos años después que Marco Pérez lo hiciese en Fuentelespino de Moya. Ya es curioso que estos cuatro escultores que investiga Israel hayan nacido en la provincia, como Martínez Bueno en Pajaroncillo o Navarro Gabaldón en Motilla del Palancar. Faustino Culebras Rodríguez fue el tercer hijo de una familia más que numerosa con siete chicos y una chica. Cuenta María Teresa Jiménez en su documentado Volumen “Fausto” de 1985, que Faustino dibujaba y pintaba desde muy niño mientras sus hermanos hacían labores campestres. Con 14 años se marcha a Madrid y dos años después regresa a Gascueña como cortador del oficio de sastre, profesión a la que dedica unos años, aunque más que dibujar patrones, le gustaba pintar y siempre hay alguien en el pueblo que lo valora: el médico De la Muela, de la saga de este apellido, que le prepara el camino para una beca de la Diputación.
Los estudios artísticos en Madrid y la “mili”, entre los años 1920 y treinta los compatibiliza, y dada su capacidad creativa y conocimientos adquiridos, solicita la beca de la Diputación para ampliar estudios en Roma. En el año 1935 el periodista Victoriano Enrique Chávarri Peñalver escribía en “El Heraldo de Cuenca” sus horas de Mangana dedicadas a Fausto Culebras, que ya por entonces era profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Cuenca, junto a Marco Pérez y Bieto, para salir en defensa del artista de Gascueña, al que la Diputación había pensionado para ampliar sus estudios en la Ciudad Eterna y realizar un trabajo que debía presentar y que expuso en Cuenca. Terminó su obra antes de tiempo y ello le permitió visitar otras ciudades italianas, además de Grecia, Londres, París y Bélgica. Escribía Chávarri:
“Faustino Culebras, Fausto, es un mago, su magia es de todos los colores. Ha captado el color verde y gris de Cuenca como nadie. El mago de Fausto no ha descubierto la piedra filosofal. Ha logrado algo más. Con dos mil pesetas anuales, únicos ingresos que tiene como profesor auxiliar interino de la Escuela de Artes y Oficios de Cuenca come, viste y hasta ha conseguido tener un modesto estudio. ¿A costa de qué? De no poder comprar colores, ni piedra, ni barro, ni carbón siquiera…”
Por ello, no es de extrañar, que en una entrevista, firmada por José Luis en “Ofensiva”, en marzo de 1953 (así firmaba José Luis Coll en sus comienzos) en la que le preguntaba si creía que en su vida había tenido mala suerte, Fausto respondía así, sin poder predecir lo que le iba a pasar justamente seis años después:
“No creo mucho en las cosas de la suerte. Quizá haya tenido poca suerte en una cosa: no haber sido rico. Situación tan imprescindible para el arte de la Pintura y Escultura, que no debe ser mercantil y uso y gusto de un sector, solamente acostumbrado a lo rutinario, facilón, sin inquietud creadora. Las estrecheces entorpecen la labor del artista. En mi caso nunca me faltó una fuerza espiritual para seguir adelante, pero sintiendo siempre una verdadera amargura al ver pasar el tiempo inútilmente, sin producir lo que hubiera podido, con ayuda material”.
Cuando le comentan que estuvo pensionado por la Diputación Provincial señalaba que era con una cantidad insuficiente cuando estuvo en Madrid, que aumentó cuando debido a unos informes de personas competentes fue becado para estar dos años en Roma y París, pero que cuando visitó otras ciudades europeas le censuraron el “exceso”, pese a sus mejores conocimientos del arte moderno.
Alternando su profesión de profesor de la Escuela de Artes y Oficios, y hasta su desaparición, Fausto Culebras siguió trabajando en su taller, y ello nos lo relataba recientemente Vicente Alfieri, el hombre de los mil oficios en Cuenca, que triunfó en Alcora con la madera conquense, que recuerda así a Fausto: “Yo era un chaval y cuando salía de la escuela me iba al taller de Culebras, que estaba cerca de la antigua fábrica de tapices y lanas, bajando al río por la Casa de Beneficencia. Allí tenía las herramientas con las que trabajaba como la maza, el cincel, escoplo, el formón, la gubia, que yo le iba dando; estuve más de un año con él y me maravillaba lo que hacía con el barro y la madera. Era muy callado, tenía melena y solía llevar abrigo o gabardina y además pintaba muy bien. Me traía un bocadillo y le acompañaba a coger piedra en la cantera del Huécar tras el hundimiento que hubo cerca del Porland”.
César González Ruano escribía en 1951: “El escultor Fausto Culebras es un hombre bajo y ancho, de fuerte constitución y cara afilada de pájaro un tanto agitanada y ojos muy vivos. La inercia la tiene, con perjuicio evidente de su fama, porque es un gran escultor y en algún templo de la ciudad he visto imágenes suyas ciertamente admirables”. Se refería a las tallas de San Roque y de San Antón, que le había encargado el Ayuntamiento, y que pudo ver el escultor Victorio Macho en una visita en la que le acompañó a la Ciudad Encantada. Fausto había hecho un San Sebastián para Culebras, el pueblo de su apellido, y una virgen gótica que en principio iba a ir colocada en una hornacina en la calle de Pilares –como declaraba el propio artista—pero que finalmente fue colocada en la calle Madre de Dios. También hizo los bustos de Alonso de Ojeda y Álvaro de Luna, que estuvieron algunos años en la Residencia “Sagrado Corazón de Jesús” y actualmente están en la Diputación. Buena parte de su obra se encuentra depositada en el Museo de Cuenca, donde incluso hubo una sala a su nombre.
Quizá la obra más importante que hubiera hecho Fausto Culebras era el “paso” de la Santa Cena, que podíamos decir quedó en el boceto y en algunos moldes que se pueden contemplar en el Museo de Cuenca. Precisamente en la entrevista que le hizo José Luis Coll en 1953 le preguntó a Fausto por qué no tenía ninguna obra que le represente en la Semana Santa y el escultor de Gascueña, que ya había hecho algunas tallas religiosas, respondió un tanto dolido: “Esta misma pregunta me la vienen haciendo durante varios años, personas de prestigio. No quiero molestar a nadie –¡bien lo sabe Dios!--. Hay quienes se extrañan de esto. Lo agradezco, pero hay otros, que son los que hacen los encargos, que me han tenido en el olvido, o mejor dicho, en el desprecio. Sé que no son muy doctos para juzgarme”.
“Hace algunos años se me encargó hacer un “paso” por parte de los señores de una Hermandad. Después de aprobado el boceto en barro, pasé a llevarlo a la madera, con material cedido por cofrades de esa hermandad. Y luego, la Junta de Cofradías… le hizo el encargo a otro escultor”. Ante esa respuesta, José Luis Coll le pregunta si aún tiene ilusión por hacer algún “paso” para la Semana Santa de su tierra, pues la entrevista se publicaba en “Ofensiva” el 29 de marzo, que era Domingo de Ramos. Fausto respondió con un “sí” esperanzado: “Desde luego mi mayor ilusión sería hacer el “paso” de la Cena. Además no tendría inconveniente de exponerla en Madrid y que la crítica juzgase. A ésta no le tengo miedo. La crítica es más justa conmigo que ciertas personas”.
Palabras que no se llevó el viento, pues dos años después, la entonces recién creada Cofradía de la Santa Cena de Cuenca realiza un contrato en enero de 1955 con el escultor F. Culebras (según recoge María Teresa Jiménez en el citado libro “Fausto” de 1985), para la construcción del grupo escultórico de la Santa Cena, con las trece figuras, de un tamaño aproximado de 1,70, con los apóstoles sentados en posiciones inclinadas y el Divino Maestro de pie con el cáliz clásico en las manos.
En esos años que van desde 1955 hasta el primer trimestre de 1959, Fausto Culebras comienza a moldear las figuras de la Cena, además del Monumento a la Cruzada Eucarística, si bien el Ayuntamiento le encarga con cierta urgencia la estatua de Andrés Hurtado de Mendoza para la ciudad hermana de Cuenca del Ecuador, con unos relieves que realizará otro escultor conquense más joven, Leonardo Martínez Bueno, para conmemorar el cuarto centenario de la fundación de la ciudad cuencana. Dada la altura del monumento del virrey marqués de Cañete, el ayuntamiento le cedió a Fausto una sala en las Escuelas Aguirre para realizar la obra. Por allí pasaron Raúl Torres y Florencio Martínez Ruiz, además de César González Ruano. Raúl publicaba su “Proceso íntimo a…” un personaje, y en el caso de Fausto Culebras hacía esta descripción, acompañado por Víctor de la Vega: “El estudio tiene un olor especial de madera seca o podrida. Hay gran variedad de planos, cabezas rotas, pensativas, escorzos, piedra virgen y yeso inclinado, barro seco y mojado. Está la armadura de Hurtado de Mendoza para la Cuenca del Ecuador, dibujos en las paredes… Una de las cosas que más le entusiasman a D. Fausto es la “Cena”. Habla de ella con grandes giros de las manos. En el centro del estudio hay dos figuras de apóstoles. Son ocho los que hay del grupo. Es una obra para hacerla despacio…”
Dos meses después es Florencio Martínez quien acude a ver la “Santa Cena” que realiza Fausto en barro. Califica al artista de Gascueña como “escultor de nervio”, “que tiene una indómita pero encantadora rudeza que no la ha podido ver en nadie, sino en su inalienable forma de ver la creación. Por eso es Fausto Culebras”, aunque siga la línea de Berruguete en su San Roque o un estatismo transfigurado y beatífico en la imagen de San Antón. Así describía Martínez Ruiz, 37 años después, en 1994, su visión de la “Cena” que nunca existió, pero que por los bocetos y figuras que han quedado del magnífico conjunto escultórico, se trataba de la obra de mayor ambición de la Semana Santa:
“Por fortuna yo fui uno de los privilegiados visitantes que, en el estudio destartalado y frío que Fausto tenía en las Escuelas Aguirre, pude contemplar en su barro inicial y hasta cierto punto chorreante y humedecido, puesto que el escultor no pasaba un día que no tocase o retocase algo, la monumental escultura colectiva.
Ocurrió en una mañana de noviembre de 1957 cuando Fausto –cabellera mal cuidada, gabardina a lo Bogart, aunque en completo desaliño y un cierto trasueño en los ojos--, me abrió la puerta de su estudio. No reparé en principio en el grupo escultórico –escribía Florencio— acaso porque otras imágenes y estatuas reclamaron mi atención.
Allí estaba la Virgen con el Niño, copia de la que presidía el callejón de la Madre de Dios; el monumento a la Cruzada Eucarística, varios relieves funerarios y bocetos diversos de las imágenes de San Antón y de San Roque, entre cuadros de paisajes y rocas de las Hoces del Júcar y del Huécar.
Por en medio, entre dibujos de Wifredo Lam, me restregué los ojos y sacudí mi mente obnubilada por tanta belleza: me salió el paso de “La Cena”. En mi visita a su estudio si algo me quedó flotando fue esta ilusión por ver culminado su “paso”…
Al final, la obra cumbre de Fausto fue el monumento de Andrés Hurtado de Mendoza, para Cuenca del Ecuador, conmemorando el cuarto centenario de su fundación, costeado por las ciudades homónimas, que le costó la vida al escultor de Gascueña.
La Santa Cena era una ilusión para Fausto, el monumento a Hurtado de Mendoza, para sellar el hermanamiento de las Cuencas de España y Ecuador era la gran obra hecha realidad, tras el acuerdo de los ayuntamientos de ambas ciudades, por un coste de 525.000 pesetas, a pagar a medias. Fausto se encargaba de la estatua, de unos tres metros, fundida en bronce, con el atuendo de un hidalgo del Siglo XVI, y Martínez Bueno de los relieves que recubrían el pedestal. El 27 de marzo de 1957 el monumento fue llevado a Sevilla desde donde salió en el vapor “Rollan” hasta Hamburgo, y desde la ciudad alemana llegó en mayo a Guayaquil en el buque “Eurymedón”. El 17 de agosto de 1958 se colocó la estatua, pero los trabajos continuaron hasta los primeros meses de 1959.
Fausto sufrió una grave caída el 12 de marzo, que le tuvo hospitalizado hasta el día 24, fecha de su fallecimiento. La noticia se conoció en la Cuenca española el Jueves Santo 26 de marzo, apareciendo en la prensa el Viernes Santo. “Ofensiva” titulaba a tres columnas con “El brillante desfile procesional de “Paz y Caridad” recorrió ayer las calles de Cuenca”, y al lado a dos columnas otro titular: “Cuenca en la televisión mundial”, gracias a la Televisión Francesa con un documental de Cuenca y su Semana de Pasión. Debajo, un simple título: “Ha muerto Fausto Culebras”, con ocho líneas de texto, y una foto del escultor y Raúl Torres, reproduciendo su entrevista. El 3 de abril, el alcalde de Cuenca del Ecuador envía una carta al alcalde de la Cuenca española, Bernardino Moreno, dando detalles del fallecimiento:
“El señor Fausto Culebras se hallaba gentil y caballerosamente colaborando con los empeños de esta Municipalidad, al guiarle en las obras de erección del Monumento al Marqués de Cañete, que conjuntamente están realizando las Cuencas de España y del Ecuador, en ésta. En vista de que en esta ciudad no encontró el material apropiado, viajó el señor Culebras a la capital de la República, Quito, donde descubrió una magnífica piedra, apropiada para dichos trabajos.
Se hallaba pues, en esas agencias, cuando un día, por una caída, sufrió la rotura del fémur y fue conducido a una de las clínicas de la República, para ser atendido. Estaba en plena mejoría cuando le sobrevino una complicación demasiado grave de origen cardio-pulmonar, no pudiendo salvarle pese a los esfuerzos realizados”.
Terminaba la misiva señalando que “los restos del señor Culebras se hallan sepultados en la capital de la República”, expresando toda la condolencia de la Municipalidad. El alcalde de la Cuenca española respondía a la carta ecuatoriana dando las gracias por las gestiones realizadas y transmitía el pésame al pueblo de Gascueña.
El último trabajo que hizo Fausto en Ecuador fue una escultura de la “chola cuencana”, (la mujer campesina del cantón Cuenca y su región), terminada por Luis Quinde que según reflejaba la periodista Paquita Gómez Hernández, en “El Comercio” de Quito, la realizó el escultor de Gascueña a golpe de su cincel con rasgos encantadores y expresivos, captada magistralmente en su belleza espiritual y física”. Concluyendo así su escrito en la prensa:
“Fausto Culebras, el inspirado artista, no sólo deja entre nosotros la presencia espiritual de su arte, con la espléndida estatua de Andrés Hurtado de Mendoza, para nuestra Santa Ana de los Ríos de Cuenca. La primera vez que lo vi me dijo: “Anhelo que agrade al pueblo de Cuenca en el Ecuador, esta escultura, este mensaje de amor de la Cuenca de España, este mensaje que me cupo en gracia de Dios ser el artífice”.
Como anécdota final, cabe decir que debido a las obras del tranvía de Cuenca del Ecuador, que se inaugurará en pocas semanas, el Monumento de Hurtado de Mendoza ha sido cambiado de lugar, lo que de aprovechó para restaurarlo. Pero al montar los relieves, con sus respectivas placas de texto, se han colocado de forma invertida según el diario “El Comercio”. Así las imágenes de Cuenca del Ecuador tienen la leyenda de la Cuenca española y viceversa. En la parte alta del pedestal figuran los escudos de ambas ciudades.