Política
El Estilita

Por donde se parte España

A Coruña

Es la tercera vez que escribo sobre Vox y hay quien dirá que me estoy cebando, pero la verdad es que me siento obligado a hacerlo llevado por el curso de los acontecimientos. En una semana, el partido ultraconservador en A Coruña había pasado del paroxismo de Palexco, donde llenó hasta la bandera, al desencanto total en la noche de las elecciones, donde la celebración programada en el Hotel Plaza quedó reducida a la nada más absoluta, donde las enseñas nacionales no tuvieron ocasión de ser ondeadas. Auge y caída, como suele decirse. Y yo estuve allí. Bueno, técnicamente no: resulta que me vetaron la entrada al hotel, a pesar de haber sido acreditado. Ni siquiera me dieron una excusa, como que no podía entrar con zapatillas, pero sospecho que tiene que ver con un artículo que había escrito y en el que figuraba alguna que otra broma sobre Vox y que el cabeza de lista provincial, Miguel Fernández, había descalificado asegurando que tenía un "estilo de tercero de EGB".

Se da la casualidad de que conocía personalmente al tipo que me impidió el paso, incluso había escrito una entrada de blog sobre él, porque me había confesado una vez en un bar que su meta en la vida era terraformar Marte. Luego, cada vez me lo encontraba, sus proyectos se hacían más modestos: durante el 15M, lo que quería era fundar un Partido Joven. Después quería crear videojuegos y, finalmente, cursar alguna FP. Y allí estaba, al pie de la escalera, con una carpeta en la mano, de pionero de Marte a amante del suelo patrio en diez años. Quizá pensaba que, con Vox, España tendría su propio programa especial, pero doy por sentado que a Abascal le produciría un rechazo visceral pisar un planeta rojo. Al lado de mi conocido estaba lo que supongo que era un vigilante, un sujeto de cuerpo musculado con un tatuaje tribal en un antebrazo, moreno de solárium, barba y el pelo cortado en punta hacia adelante. Me miró atento a cualquier movimiento, pero yo no pensaba entrar sin permiso, aunque solo fuera porque presentía que Vox tenía dónde escoger en lo que se refería a expertos en seguridad.

Además, Miguel Fernández no estaba de humor para hacer declaraciones, decepcionado como estaba por no haber podido sumar un escaño coruñés al éxito de los 24 que había conseguido su formación. No compartía su decepción, aunque sí su sorpresa: yo había estado también en Palexco, cuando el palacio estaba tan abarrotado que la mitad de los asistentes habían tenido que quedarse fuera. Agradecido por su entusiasmo, Abascal salió al exterior para dirigirles la palabra en lo alto de la escalera, para hablarles de la España viva, de Feijóo, de que no tenía que pedir perdón ni permiso para venir aquí, de la Reconquista y del orgullo patrio. Mientras le oía, juraría que vi en el interior a otro sujeto sobre el que había escrito también en el blog, un jubilado exchófer de un general franquista que se dedicaba a hacer ondear la bandera nacional por las carreteras de Oleiros. En ese momento también se estaban agitando los colores: los patriotas agitaban las enseñas rojigüaldas y al otro lado de la reja, entre el edificio de la Diputación y de Correos, tras un cordón policial, 200 manifestantes convocados por Acción Antifranquista A Coruña ondeaban las enseñas comunistas.

Con las banderas, se agitaban también los viejos fantasmas. Aquellos chavales (la mayoría tendría menos de 20 años) se sentían como la Quinta del Biberón enfrentándose al bando nacional y profiriendo amenazas de muerte. Abascal aludió a ellos como "totalitarios que se atreven a mostrar la hoz y el martillo, una bandera bajo la que se han cometido algunos de los crímenes más atroces contra la humanidad". Aquello era impepinable, así que no me quedó más remedio que asentir disimuladamente, enarcando las cejas. El líder de la España viva siguió con su discurso, aludiendo a la prensa manipuladora, y a una columna de un periódico nacional que había descrito a Vox como "el partido del cuarto gin-tonic". Contuve una risa. Al otro lado, los de Acción Antifascista seguían coreando lemas, ya medio afónicos. Recordé que en otras protestas antisistema les había oído gritar lemas contra la prensa, por manipuladora. Era un paralelismo curioso el de esos dos grupos henchidos de ideales contrarios que amaban banderas y odiaban periódicos por igual, como saludar con la mano derecha ante un espejo y que tu reflejo te responda con la izquierda con el mismo y exacto movimiento.

Los medios siempre tenemos que estar... bueno, en medio, sean cuales sean nuestras ideas, y para gente como ellos resulta o demasiado o demasiado poco. Un grupo de manifestantes se dieron la vuelta y enseñaron el culo donde se habían pintado la bandera española, toda una metáfora escatológica de la ruptura de España, partida justo por la mitad. Al ver aquello pensé dos cosas: la primera, que no solo Franco tenía el culo blanco. La segunda, que estar en el medio también apesta.

 
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