Pasaban unos minutos sobre la hora prevista por la organización cuando sonaron los primeros acordes del Escenario Planetario, apareciendo los cuatro integrantes de Margaux, con su apuesta de indie-pop, donde destacaron JWL e Inercia. Aunque ni la hora, ni el público y bajo un sol de justicia acompañaba, ya lo dijo el Maestro Lapido justo en ese mismo escenario; «el nuevo riesgo laboral de los músicos es la insolación». Anécdotas aparte, hay que recordar una cuestión que no es baladí, todos los que han estado en el primer tramo del Festival En Órbita, están en la actualidad triunfando por todo el circuito, así que ojalá les vaya al menos, igual de bien que al resto. Un repertorio que se tuvo que ver acortado y que no fueron los únicos, pero que nos dejó con el buen sabor de boca al ver el estreno de «Dios perdona» y que atisba hacia donde irá su nuevo disco. Apenas media hora más tarde se abría el Escenario Satélite, el pequeño por dimensiones, pero grande por el incalculable poder potencial que atesora, ya que sirve de auténtica lanzadera espacial de grupos pequeños hacia el siguiente escalafón. Por él pasaron durante toda la tarde Las Dianas, un grupo totalmente femenino y de muy joven edad, Nevada, Nilsson confirmando que su presentación en una de las fiestas previas de este festival, no fue casualidad, ellos apuntan y de qué forma. Por ejemplo podíamos escoger el tema «Disparos» y como lanza una dura crítica hacia el artificio de los momentos efímeros con esa búsqueda, a veces absurda, de sumar más «me gusta» que nadie. Tras ellos y congregando a un buen número de público llegaron Vita Insomne con un sonido que te puede chocar por la madurez que aporta, «Harakiri Beach» y su new age tropical, un grupo que no cesa en su crecimiento y que sirvió para hacer casi un hilo argumental entre su estilo electrónico y el grupo que les seguía, Colectivo Da Silva, que dieron un auténtico recital sobre como hay que vivir un festival, 6 músicos sobre el escenario, disfraces, diversión, pero mimando su sonido tan particular. Serían «Las Chillers» las encargadas de cerrar esta nave nodriza, pero que por motivos horarios, también vieron recortado su directo. No sólo de futuras apuestas vivimos en esta sección de Granada, ciudad del rock, también lo hacemos de grupos que han sufrido en sus carnes la subida a los cielos, Despistaos firmaron el tema que abría la serie «Física o Química» y luego les ha pesado casi como una losa ser conocidos solamente por ese momento en su carrera. Con «La sonrisa de Julia» nos imaginábamos que iba a pasar algo parecido, pero nos sorprendieron con un viraje en su sonido, recordándonos por momentos a los alicantinos Varry Brava. Gran detalle con la ciudad el despedirse con una adaptación de «Balada de placeta», de García Lorca. A pesar del intenso calor, el público ya llegaba por oleadas y eso consiguió que la sombra se cotizara como artículo de lujo, siendo Full los primeros en conseguir atraer a los asistentes a bailar frente a ellos. Los temas de su último trabajo, Capadocia, parece que llevan desde siempre entre nosotros y si a esto le sumamos sus grandes temas, dan como resultado unos de los teóricos vencedores del pasado sábado. Con Miss Caffeina sucede casi lo contrario, el nuevo disco «Oh long Jonhson» no parece permear tan bien, aunque todo sea dicho, es bastante más reciente que el de Full. Eso sí, ellos consiguieron el primer gran pleno del escenario principal, «Mira como vuelo» fue una conexión total con el público y además hicieron de conexión intergeneracional ya que antecedían a 091. 091 cabalga de nuevo a lomos del mejor rock poético del país, regresaron a la vida y nada fue como siempre (o sí). Nadie sale indemne de un par de décadas de silencio sepulcral con una breve resurrección de por medio. Las personas cambian y las formas musicales también, como no podría ser de otra manera. Eso sí, tratándose de canciones salidas del genio de José Ignacio Lapido, todas ellas siguen estando a medio camino entre el clásico incontestable y la lozanía de la inmortalidad. Siguen funcionando con la precisión lapidiana de un reloj suizo. Aunque echásemos muchísimo de menos la introducción («Man with harmonica») firmada por Ennio Morricone como BSO de «Hasta que llegó su hora». Ni el pésimo sonido que sufrieron sobre el escenario (que les obligó a tener que repetir la ejecución de su pieza inicial, «Zapatos de piel de caimán», en un momento que no merecía una banda de tamaño prestigio), a la pérdida de riqueza polifónica cuando había instrumentos que desaparecían del oído e incluso acoples de micro repetidos, pudo con la banda de rock del maestro Lapido, posiblemente la mejor que haya conocido este país. La incorporación de Raúl Bernal a los teclados, quizás por los mencionados problemas de sonido, no destacó especialmente en la remozada formación musical. Ver a los Cero en un escenario con teclados fue una sensación totalmente nueva. Renovarse o morir. A partir de ahí, lo demás viene de fábrica: la precisión germánica de Tacho a la batería, el solvente bajo de Jacinto, la brillante guitarra de Víctor o la portentosa voz del Pitos ofrecieron todo lo que el enfervorizado público esperaba de ellos (o más). Mención aparte, cómo no, la presencia en el escenario del maestro Lapido, cabalgando a lomos de su Gibson SG, demostrando que la perfección musical se encuentra en algún punto equidistante entre las cuerdas de esa guitarra color vino que representa a la música granadina por derecho propio y desde siempre. Los temas sonaron a limpio, como lavados y planchados para que permanezcan impolutos 30 años después. Y así cualquiera. Se fueron sucediendo, sin solución de continuidad ni respiro, «Éste es nuestro tiempo», «El baile de la desesperación», «Qué fue del siglo XX», «Escenas de guerra», una portentosa «Es hora de enloquecer» reestrenada, «Tormentas imaginarias», «Nada es real», «En el laberinto», «Huellas», «La noche que la luna salió tarde», «Otros como yo», «Todo lo que vendrá después», «Un cielo color vino», «La torre de la Vela»y «La calle del viento». Para los bises nos reservaban caviar lapidiano de primera calidad: «La canción del espantapájaros», «Esta noche» y la definitiva «La vida qué mala es». Quizás buena parte del público asistente echó de menos en el repertorio probablemente la mejor canción del grupo, «Cómo acaban los sueños». En este caso, los sueños culminaron con un espectáculo pirotécnico que proclamó hasta la estratosfera aquello de «Mejor nos damos prisa que hoy tocan los Cero, lo he visto en un cartel». La noche ya caía con toda su oscuridad, rota por las proyecciones en la chimenea térmica de Fermasa y quedaban aún 2 grandes grupos por pasar sobre el escenario. Love of lesbian junto a toda su tripulación, el escenario repleto de detalles, candelabros o colgaduras incluidas, lo convertían casi en un palacio, en el que Santi Balmes hace de anfitrión perfecto en una fiesta, que es como acaban todos sus conciertos. Se notan los 20 años ahí arriba y como los temas que se incluían en «1999» siguen siendo un reclamo para los fans de toda la vida. El broche de oro lo puso Alaska ya sea junto a Fangoría, con Dinarama, e incluso sola, siempre sabe surfear las modas pasajeras, lo mismo las crea ella, para que siempre esté en la cresta de la ola, ya sea con «Geometría polisentimental o »A quién le importa, dan igual los años que pasen que siempre será bienvenida esta artista. Así transcurrió a grandes rasgos la IV edición de «enOrbita», un festival que tiene como baluarte el cuidado hacia el público y con detalles hacia los más pequeños, pero que no debe olvidar que lo importante es el artista, sin él no hay nada y que tanto los problemas de sonido, pocos pero graves, así como los recortes en los directos, evidencian que hay que seguir trabajando.