Cuando la fortaleza se revela una debilidad
Las murallas de Cádiz requieren de unas costosas labores de mantenimiento. Desde el siglo XVI se han intentado varias formas de protección del embate de las olas, desde una playa artificial hasta los actuales bloques de hormigón

Postal antigua de Cádiz con la imagen del Campo del Sur sin bloques de hormigón / Radio Cádiz

Cádiz
Cádiz es una fortaleza gracias a unas murallas que, a la vez, se revelan como una debilidad. Debilidad desde el punto de vista histórico, arquitectónico, plástico, y también desde la perspectiva de la eficiencia económica y estructural: tienen un elevado coste de mantenimiento debido, fundamentalmente, a la pobre composición de las murallas, que se resienten del embate de las olas en determinadas zonas de la ciudad como el Campo del Sur.
Un paseo sirve para verlo, y una charla entre personas que la han estudiado y que son las encargadas de tratarlas ayuda a constatarlo desde la experiencia y el conocimiento. El jefe de la Demarcación de Costas Andalucía-Atlántico, Patricio Poullet; los arquitectos Juan José Jiménez Mata y Julio Malo de Molina; el concejal de Patrimonio David Navarro; el doctor ingeniero de Caminos, Canales y Puertos Gregorio Gómez Pina; y el autor de ‘Cádiz amurallada’, Rafael Garófano, han participado en ese paseo organizado por la Fundación Cajasol y coordinado por el periodista Fernando Santiago en el que ha estado presente Radio Cádiz.
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Reportaje sobre las murallas de Cádiz
La piedra ostionera se presta mucho a la lírica carnavalesca, al romanticismo gaditano, pero no era la mejor piedra precisamente para construir con ellas las murallas. Lo explica Poullet. “La piedra ostionera es una piedra de baja calidad mecánica y químicamente, con un índice de porosidad altísimo y un cemento carbonatado muy pobre”, detalla el jefe de la Demarcación de Costas Andalucía-Atlántico, que sostiene que “mecánicamente” para una fortaleza “sería mucho mejor una composición de granito o un basalto como las murallas de Ávila”.
Toda la muralla patrimonial de la ciudad está catalogada como Bien de Interés Cultural (BIC), y por lo tanto debe actuarse con ingeniería casi artesanal, de detalle. Por ello, las actuaciones sobre ella son mucho más costosas que en una edificación al uso. De hecho, la peculiaridad de las murallas de Cádiz ha provocado que se haya tenido que recuperar con formación propia por parte de Costas el oficio de cantero, ya que casi no había ya personal formado para tallar piedras.
Esta institución, la encargada del mantenimiento de las murallas, ha invertido más de tres millones de euros desde 2013 en las murallas de Cádiz, que sin embargo lucen con numerosos desperfectos y grietas, sobre todo por la zona del Campo del Sur. De hecho, el Ayuntamiento de Cádiz decidió vallar una zona del paseo, la situada junto al colegio Campo del Sur, ante el hundimiento que presentaba el terreno. Costas asegura que no hay riesgo real, y que la deformación del terreno sólo es producto de un asentamiento de la muralla. En cualquier caso, ya tiene preparado un proyecto para actuar que costará 700.000 euros. Está todo preparado menos el dinero, que aún no está presupuestado.
En el paseo por las murallas de Cádiz con estas voces autorizadas para hablar de ella sobrevuela una idea: aunar ya sea en un convenio o en un organismo independiente las voluntades de las distintas administraciones que tienen competencias en el mantenimiento de las murallas. Algo así como una Junta de Murallas para consensuar proyectos, buscar financiación y aunar potencial económico con el objetivo de mejorar la conservación de las murallas.
Una conservación que, en la actualidad, pasa por actuaciones muy concretas sobre el lienzo de la muralla y que encuentran en el arrojo de bloques de hormigón un apoyo fundamental para protegerlo del embate del mar. Es, por ejemplo, lo que ocurrió hace pocos años en la zona de Santa Bárbara en una actuación muy discutida por la opinión pública por el impacto visual que, sin embargo, era y es indiscutible desde el punto de vista técnico para los responsables de Costas.
La creación de una barrera artificial que proteja a la muralla del mar con bloques de hormigón no es ni mucho menos una solución moderna. De hecho, se empezó a plantear por primera vez a principios del siglo XIX después del fracaso de la protección con una estructura de madera que se puso en marcha a finales del XVIII y que fue tan aplaudida por la ciudadanía como breve. El mar lo hizo añicos en apenas unos años.
Antes se habían sucedido numerosas ideas para proteger a Cádiz del mar, una necesidad desde que en 1596 la fuerza anglo-holandesa dirigida por el conde de Essex destruyera la ciudad. Lo cuentan Juan José Muñoz Pérez y Begoña Tejedor en un estudio sobre lo ocurrido en las murallas de Cádiz.
Tales fueron los daños que provocó la fuerza anglo-holandesa en 1596 en la ciudad de Cádiz que incluso Felipe II se planteó dejarla en el abandono o convertirla en un presidio, aunque finalmente decidió fortificarla y construir varios baluartes. En todos respondía bien la piedra ostionera salvo en el ahora conocido como Campo del Sur, la zona más expuesta a los temporales.
En esa zona se encontraba la catedral de Cádiz por entonces, y por ello la ciudad siempre intentó involucrar a la iglesia en la financiación de la mejora de la muralla, que se vio seriamente afectada por unos temporales en 1670. Una de las propuestas en ese escenario de intento de afianzar una nueva protección del mar fue la de Mienson, que proponía en 1719 avanzar la muralla en algunos puntos del Campo del Sur unos 100 metros para ganar al mar, en total, 35.000 metros cuadrados de suelo para la ciudad. Apenas dos años después se desestimó por, entre otras cosas, requerir demasiada arena para buscar el cimiento firme como para que fuera viable.
Fue el trabajo de Tomás Muñoz uno de los más curiosos: una estructura de madera levantada en cuatro años, de 1787 a 1791, sólo en bajamar de mayo a septiembre. Al pie del muro se anclaron pilotes de madera atados con otros tablones, y en los huecos existentes se colocó piedra. Sobre ella se dispuso una rampa de madera que buscaba el nivel del mar hasta alcanzarlo progresivamente. Una playa artificial. En 1792, apenas un año después de acabarse, ya se había resquebrajado en algún punto y en los años sucesivos el deterioro fue a más.
Tras ello, el mantenimiento tuvo que ser constante hasta que se llegó a la solución de los bloques de hormigón que se ha repetido en distintas zonas de la muralla que rodea Cádiz. Los últimos bloques llegaron al Campo del Sur en 1949 gracias a una obra del Ministerio de Obras Públicas. En los baluartes de la ciudad se ha ido actuando progresivamente en los últimos 40 años para conservar en las mejores condiciones posibles la fortaleza, que en Cádiz se ha revelado históricamente como una debilidad en constante mantenimiento.




