'Caracolas de mar'
Si hay algo que de pequeña me parecía realmente mágico era poder escuchar el sonido del mar dentro de una caracola
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Los Barrios
Si hay algo que de pequeña me parecía realmente mágico era poder escuchar el sonido del mar dentro de una caracola. Ya de por sí me atrapaba esa belleza asimétrica enrollada en espiral pero el hecho de que además su función junto a mi oreja fuese mágica, la hacía uno de mis objetos favoritos. Me hice mayor y uno de mis principales objetivos es seguir buscando la magia en todo lo que me rodea y ayer fue uno de esos días en que volví a encontrarla.
Aprovechando que fue fiesta en Los Barrios y no había trabajo y que el clima acompañaba, me desplacé hasta Tarifa con mi hija y su pareja. La noche antes había desalojado toda la cocina con la intención de aprovechar el día festivo para pintarla, pero a una invitación así de sugerente y en tan fresca compañía a estas alturas de la vida no pongo la más mínima resistencia; así que cambié de planes, dejé las brochas y a la cocina retumbando en su eco.
Recalamos en la playa de Los Lances que estaba especialmente luminosa y salvaje. Poco habitada en estas fechas y además en día laborable para el resto de la comarca; era una delicia estar tumbada en su arena. Y fue justo en ese instante, después de un baño en el agua helada, cuando me acordé de las caracolas de la infancia. Mientras el sol me quitaba el frío y el cuerpo se abandonaba al descanso, presté atención a rugir de las olas en los oídos. Esta vez no era la caracola la que me traía el mar como un sonido lejano, inalcanzable; esta vez el alboroto lo inundaba todo y yo formaba parte de ello. En el plácido silencio los tres absortos al sonido de fondo. Dónde mejor que aquí, me dije.
Cuando veníamos de vuelta, pintada en la otra orilla la silueta del norte de África y con tanta nitidez que parecía poder tocarla, hice ese comentario en el coche. Y mi hija me respondió: "Mejor que aquí en las Azores, Mara". Y es que Julia ama esas islas y vuelve cada vez que puede y tiene una gran ilusión por enseñármelas. No desesperes hija, estoy en ello, y espero, por amor, superar el miedo a volar, y juntas, tumbadas en la arena, me des a escuchar un sonido diferente de otra caracola. Estoy segura de que será tan mágico como en mi infancia.