La beata de Villar del Águila y otros misterios de la iglesia de San Pedro de Cuenca
Enterramientos peculiares, amuletos llegados de Tierra Santa y los restos de una mujer enterrados bajos las escaleras del templo, son algunas curiosidades en torno a una de las iglesias más antiguas de la ciudad
Cuenca
San Pedro es una iglesia con mucha historia en la que varias rehabilitaciones nos ha revelado retazos de otras épocas. En ella se encontraron unos enterramientos muy peculiares y algún objeto traído desde tierras lejanas. En torno a este templo del casco antiguo de Cuenca hay sucesos que ocurrieron en unos tiempos de represión, persecución tanto por no acatar las normas, como el hacerlo de una forma exagerada. Uno de ellos nos hace recordarlo cada vez que pisamos los escalones para entrar en el templo donde, dicen, está enterrada la beata de Villar del Águila, una mujer elegida para dar un importante mensaje, causa que la llevó a la muerte. Lo hemos contado en el espacio Misterios Conquenses con Sheila Gutiérrez y Miguel Linares en Hoy por Hoy Cuenca.
La beata de Villar del Águila y otros misterios de la iglesia de San Pedro de Cuenca
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La construcción dela iglesia de San Pedro debió realizarse poco después de la conquista de Cuenca por Alfonso VIII en 1177 y ha sido un lugar en el que se han realizado diversas remodelaciones, algunas debidas a los daños sufridos por diferentes causas. Como ocurrió en el año 1449, durante los enfrentamientos entre las tropas de don Diego Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete y el bando leal al rey castellano, dirigido por el obispo de Cuenca Fray Lope de Barrientos, donde esta iglesia fue bombardeada desde el castillo, por lo que se produjo un gran incendio quedando totalmente destruida.
Durante las obras de rehabilitación encargada a la Escuela Taller Municipal Ciudad de Cuenca III, se realizaron una serie de trabajos en los que se hallaron los restos de los muros de los dos edificios anteriores, que datarían del siglo XII y del siglo XV.
Podemos destacar unas tumbas muy especiales que a día de hoy pueden ser visitadas, que pertenecerían a enterramientos dentro del templo en el siglo XVIII, tres cajas de pequeño tamaño destinadas al descanso eterno de unos pobres infantes.
No debemos dejar en el aire y sumar a la lista, el descubrimiento de unas tumbas antropomorfas, esculpidas en piedra, con forma humana, con el espacio justo para la colocación del difunto en posición decúbito supino y un estrechamiento para forzar a que la cabeza del difunto repose mirando hacia el frente que datarían del siglo XV.
Tampoco podemos olvidarnos de otro espectacular hallazgo, muy diferente y alejado de los anteriores. Estamos hablando del descubrimiento de un medallón o amuleto realizado en bronce y bañado en oro, que tras los posteriores estudios sabemos que procede de Tierra Santa. Este medallón era un objeto que los cristianos portaban cuando se marchaban a las cruzadas o cuando peregrinaban a Tierra Santa, un ejemplar único en España. Un símbolo de protección, en el momento en que lo portaban estarían a salvo de hurtos, ataques y enfermedades.
La beata de Villar del Águila
Vamos a viajar a finales del siglo del siglo XVIII. Estamos en una época en que el pensar diferente y llevar la contraria en las vertientes religiosas te podía dar problemas. Sabemos que incluso se ponía la pena de muerte como conclusión a los procesos abiertos a todos aquellos que habían sido acusados y denunciados por algún delito relacionado con esas contrariedades.
Pero lo curioso es que, tan penado era el ser diferente en pensamientos, creencias y modo de vivir, como el hacerlo de una forma radical. Los rumores y algún documento guardado en el Archivo Histórico nos señalan un suceso ocurrido en Villar del Águila, junto a Torrencillo del Rey, donde todo comenzó con un mensaje divino.
La destinataria de aquel mensaje era María Herraiz, casada con un labrador. Una mujer con fuertes convicciones cristianas y ferviente devota, que aseguraba haber sido la elegida para ser una importante misión. Ella describía con todo tipo de detalles que Jesucristo y la Virgen María moraban en su pecho. La transcripción literal de aquel mensaje era: “Jesucristo me ha revelado que ha consagrado su cuerpo, cambiando su propia carne y su sangre en la sustancia misma de este cuerpo, para así llevar a cabo de manera más perfecta nuestra unión amorosa entre nuestras almas”.
Tal era la convicción de sus palabras que incluso llegaron a llevarla en procesión por las calles, por la iglesia con velas encendidas; la incensaron como se hace con la sagrada hostia en el altar. Rozaron la locura, hasta el punto de adorarla y venerarla. Hechos que llegaron a oídos de diferentes curas y autoridades eclesiásticas, dudando desde el principio de la veracidad de aquel supuesto mensaje y el motivo para ser elegida de una gracia tan relevante.
Debido a como se estaban desarrollando los acontecimientos, al supuesto origen divino, el caso se llegó a tratar y estudiar minuciosamente en la Universidad de Alcalá de Henares. Donde se expuso la posibilidad de que aquello fuera cierto debido a la ferviente creencia de María, por su dedicación y devoción.
Sin ningún veredicto, de decidió llevarla ante el ante el Tribunal de la Inquisición de Cuenca donde recibió nota condenatoria tras el dictamen en que se acusaba de fraude, de no creerse su vínculo con lo divino creyendo que no era apta para tal don y que algo escondía. El veredicto dictó que sería recluida hasta su muerte en una cárcel, que saliese a público en auto de fe la estatua de la beata sobre un burro, y que tras el ofensivo paseo fuese quemada.
Pero la pena también se extendió a los que la habían defendido. Como ocurrió con el párroco de Villar del Águila y dos frailes cómplices, quienes descalzos, en túnicas cortas, con sogas al cuello, serían degradados y remitidos a reclusión perpetua en las islas Filipinas; que el cura de Casasimarro, fuera suspendido de sus tareas eclesiásticas por seis años; dos hombres vecinos, quienes la habían adorado, sufriesen cada uno doscientos azotes y presidio perpetuo; y que la criada de la beata fuese reclusa en la casa de las Recogidas por espacio de diez años.
María fue recluida en la cárcel del Santo Oficio, donde falleció por enfermedad sin haber concluido el proceso, su estatua fue paseada y quemada como así se dictó.
Y como castigo ejemplar, para que todo el mundo lo recordara y nunca lo olvidaran, se determinó que recibiría sepultura en los escalones de entrada a la iglesia de San Pedro, para que fuera pisada por los fieles al entrar al templo y sirviera de ejemplo y expiación.