¿Elegidos o eruditos? Los curanderos y el caso de dos sanadores de Cuenca
¿Realmente son gente extraordinaria o son unos simples mortales con conocimiento?
Cuenca
La figura del curandero ha existido desde la antigüedad. Fueron y son tratados como los elegidos, con un don para curar, pero ¿realmente son gente extraordinaria o son unos simples mortales con conocimiento? Plantas, tradición y espiritualidad se unen para conseguir paliar afecciones y dolores que en otras épocas eran motivo en algunos casos de convertirse en enfermedades mortales. En Cuenca dos curanderos hicieron que gente de diferentes lugares acudieran en su ayuda en diversas circunstancias. De esto hablamos en el espacio Misterios Conquenses que coordinan Sheila Gutiérrez y Miguel Linares, y que emitimos cada martes en Hoy por Hoy Cuenca.
¿Elegidos o eruditos? Los curanderos y el caso de dos sanadores de Cuenca
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Cuando hablamos de la figura del curandero nos referimos a un sanador, una persona que cura de forma tradicional. Y para ello utiliza medios tanto físicos como espirituales. Sus funciones son proveer curación a enfermedades mentales, emocionales, físicas y espirituales mediante tratamientos herbolarios y masajes.
Un conocimiento que para algunos se trata de simples embustes y artimañas para engañar al su cliente.
Pero que para otros va muchos más allá, rozando lo esotérico, ya que también es capaz de purificar el espíritu y la sanación de males mágicos con la ayuda de espíritus o deidades. Un elegido entre el cielo, el infierno y la Tierra, alguien muy especial que es capaz de comunicarse con seres extraordinarios. Son capaces de curar desde una herida y dolores estomacales hasta quitarte el llamado mal de ojo y deshacerse de posibles amarres, devolviendo la voluntad a aquella pobre víctima.
Y lo siguen haciendo. En la actualidad es un tema delicado, que mucho más allá de ser personas que hacen el bien, también debemos estar atentos al fraude. Vivimos en unos tiempos complicados, donde existen enfermedades que en muchos casos son incurables y somos dianas viviente para embaucadores y truhanes.
En la Antigüedad, conocimientos de herboristería y remedios naturales sólo eran alcanzados por unos pocos, pero actualidad es un conocimiento que llevamos hasta el interior de nuestros hogares: el aloe vera para quemaduras, la valeriana para el descanso, y no por ello somos curanderos ni por supuesto tenemos poderes curativos ni milagrosos.
¿Pero qué ocurría en épocas pasadas? Todos estos conocimientos, técnicas de relajación y de medicina natural, eran acompañados de tintes esotéricos y mágicos.
Casi todos los que se denominaban curanderos habían sufrido desde la infancia inexplicables y graves dolencias, sobreviviendo a ellas, incluso habiendo estado al borde de la muerte. Por lo que sus familiares llegaban a la conclusión de que ese niño había sido tocado por la gracia de Dios.
Por supuesto, no sólo era la capacidad de aprendizaje, si no que tenía un don.
Que podía ser heredado o “revelado”. Una gracia regalada desde el momento de su concepción. Unas señales que se anunciaban durante el embarazo y el parto. Como la de llorar en el vientre materno antes de nacer o si nacía en la noche de Navidad o la de Viernes Santo o si tenía grabada la cruz de Caravaca en el paladar, ese bebé traía consigo la gracia de curar.
Curanderos en Cuenca
En Cuenca hubo curanderos, pero lo que no sabemos a ciencia cierta es si sólo curaban dolencias y males del alma con remedios naturales o si también tenían ese tinte mágico, un don divino para el que habían sido elegidos.
Vamos a recordar a un vecino de Cuenca, amante de las hierbas medicinales, las cuales cultivaba en su huerta. Era tan conocido el poder curativo de aquellas plantas que la gente iba casi en procesión a la puerta de aquel hombre para curar sus dolencias y la de sus familiares. Pero sobre todo iban con fe, aquellas plantas y el don que decían que tenían, hacía que aquella visita les hiciera desaparecer sus males.
Este hombre estaba seguro de que estas prácticas y costumbres las había heredado de su abuelo paterno, que fue un famosísimo curandero. Pero nunca se refirió a unos poderes sobrenaturales ni a ningún don en concreto. Relataba como su abuelo le había instruido en el cultivo y en su utilización de aquellas plantas.
Sobre todo la que más utilizaba y abundaba en la hoz del Huécar. Una planta de unos 70 cm que, desde tiempos remotos, fue utilizada en brebajes y preparados para dolencias de todo tipo, ya que era de sobra conocida sus propiedades curativas.
Esa planta no es otra que la ortiga, que a priori nos parece que al oír su nombre nos produce rechazo, ya que sabemos que esos pelos que raspan, son muy urticantes y producen irritación y escozor.
Su abuelo le enseñó cómo prepararlas, a trabajar con ellas y sus propiedades, sus beneficios para el hígado y la sangre, su poder coagulante, digestivo, y le instruyó para preparar infusiones y pomadas. También aprendió a integrarlas en la cocina tradicional, donde su ingesta diaria reduciría molestias y el riesgo de enfermar, como método de prevención. Beneficiosas para la lactancia, e incluso remedio para la anemia y la diarrea
Este puede ser el motivo por el que la gente iba a visitarle en busca de aquellas infusiones y diferentes modos de utilizarlas. Les explicaba como tomarlas, como hacerlas y el reposo que debían tener según su problema.
Y al igual que era admirado también era envidiado. Hubo un caso de intento de robo con unos ladronzuelos que entraron a su huerta. Pero la oscuridad que pensaban que les iba a acompañar en el robo de algunas plantas, se les volvió en su contra. Cuando se encontraban ya dentro de la huerta tropezaron y cayeron encima de unas ortigas. Los gritos de dolor y miedo al no saber que les ocurría despertaron al curandero quien en un acto de buena fe, alivió estos síntomas con un ungüento hecho con la misma planta que le había causado aquel mal.
Vamos a dar un paseo hasta llegar a la parte más alta de Cuenca, a la parte del castillo. Allí, un humilde yuguero (una profesión muy dura en la que labraba la tierra de sol a sol con bueyes), tenía una pequeña casa en la que vivía con sus tres hijas. Era un hombre muy querido y respetado por todos aquellos que un día le visitaron acusados de alguna dolencia y que gracias a sus conocimientos sobre hierbas aquellos males fueron mitigados, lo que llevó a que la gente le considerara uno de los mejores curanderos de la zona.
Tal era su fama que no solamente le visitaba gente de la ciudad y de las huertas cercanas, si no que sus servicios fueron también reclamados por familias ilustres y gente de otras ciudades.
En este caso no podemos hablar de que esos conocimientos fueran un legado de un familiar con un don. Podemos decir que toda esa sabiduría la había alcanzado debido a su trabajo, él siempre contaba que tenía tanta faena que tenía que dejar su hogar durante días. Su señor poseía grandes extensiones de terreno los cuales tenía que arar, prepararlo para el cultivo de cereales. También tenía que cuidar un rebaño y sacarlo a los pinares donde se alimentaban.
Un largo tiempo de soledad que empleó en conocer las plantas que le rodeaban, las propiedades curativas de casa una de ellas, y el modo de utilizarlas. También se interesó por las propiedades de algunos ingredientes y bebidas que se utilizaban a diario y como realizando mezclas con plantas podrían ser beneficiosas.
Como ejemplo vamos a contar cómo utilizaba las hojas frescas de menta mezcladas con aguardiente como remedio para las piedras en el riñón, o como una infusión con hojas del tomate y unas cucharadas de aceite de oliva tenían el mismo efecto, expulsar esas dolorosas calcificaciones.
Su éxito era tan conocido que incluso la gente iba en su busca habiendo anochecido y en la madrugada. Como ocurrió una noche mientras estaban cenando. Un trabajador reclamaba la visita a su señor ya que estaba sufriendo fortísimos dolores en el vientre. Rápidamente acudieron a casa de aquel hombre enfermo y tras examinarlo, determinó que se trataba de una úlcera de estómago. Por lo que mandó hacer una infusión de regaliz lo que le permitió descansar de inmediato.
Tras unos días tomando esta infusión, cada ciertas horas definidas por el yuguero, sus dolencias desparecieron, aconsejándole que debería ir pensando en dejar de tomar café tan a menudo y rebajar algunos excesos, como la bebida y la comida.
Y otro ejemplo lo encontramos en un suceso que ocurrió en una fiesta en el campo en el que hubo una intoxicación alimentaria y algunos sufrieron terribles diarreas.
Al visitar a aquel curandero les mandó tomar una infusión hecha por raíces de malvavisco, que tomarían cada deposición, mezcladas con otra hecha con romero lo que les hizo mejorar poco a poco. Algo milagroso para los intoxicados que casi se vieron morir.