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Corpus Christi

Pinceladas de la antiquísima procesión del Corpus en Cuenca y provincia

Visitas reales en el siglo XVII, custodias desaparecidas, pueblos con doble celebración y desfiles silenciosos

El Corpus en Olmeda del Rey (Cuenca). / Ramón Herraiz Gaceta Conquense

Cuenca

Una de las fiestas de mayor solemnidad y más antiguas es la del Corpus Christi, que brilla con luz propia en Castilla-La Mancha, de manera especial en Toledo, pero que también tiene acento de sencillez y peculiaridad en Cuenca, tanto en la capital como en la provincia. José Vicente Ávila nos ofrece en Páginas de mi desván, espacio que emitimos los martes en Hoy por Hoy Cuenca, unas pinceladas de la antiquísima procesión del Corpus, que en 1642 presidió el Rey Felipe IV; de las costumbres de alfombrar las calles y celebrar fiestas; del desfile silencioso de 1902, único año que no salió de la Catedral por el hundimiento de la Torre y de distintos cambios a lo largo del tiempo, en los que el Pendón de Alfonso VIII encabezaba el cortejo. También hablaremos del peculiar Corpus de Villanueva de la Jara y de Iniesta, con su famosa Custodia; de Altarejos con sus mayordomos o el Corpus de Fuentelespino de Haro, que tiene segunda celebración.

La celebración de la festividad del Corpus Christi, que pasó en el año 1989 del jueves al domingo por decisión de la Iglesia --de ahí que existiese el dicho popular de que “tres jueves hay en el año, que relucen más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el Día de la Ascensión”--, también tiene en Cuenca su tradición de siglos, e incluso llegó a alcanzar cierta fama con la Custodia de los Becerril y el alfombrado de las calles. En la provincia destaca la peculiaridad de cortejos como los de Villanueva de la Jara, Iniesta ; Pozoseco, Altarejos y Fuentelespino de Haro que conmemora la celebración dos veces, el día del Corpus y el 27 de octubre, debido a una epidemia de cólera de hace más de un siglo.

Pero volviendo a la ciudad de Cuenca, la fiesta del Corpus, según apuntaba el cronista Juan Giménez de Aguilar en un artículo de 1920, tenía otros alicientes feriados: “Es fama que el día del Corpus se celebró con burlesca algaraza, mascaradas, cabalgatas y autos sacramentales para contribuir al esplendor de la fiesta. El Santo Sacramento recorría las calles alfombradas de flores y plantas aromáticas y engalanaban las fachadas tapices con asuntos bíblicos y profanos y reposteros con cifras y blasones”.

El Corpus de 1980 en la puerta de la Catedral de Cuenca, con el obispo José Guerra Campos. / José Luis Pinós

Destaca la visita a nuestra ciudad del rey Felipe IV y su presencia en esta procesión, que era entonces la de mayor realce. Como bien es conocido, en el año 1642 el Rey Felipe IV, con un numeroso séquito se desplazó a Cuenca para proseguir ruta hacia Aragón. El monarca permaneció un mes en nuestra ciudad, pues llegó el 27 de mayo y salió para las tierras aragonesas el 28 de junio. Escribía Martínez Muñoz en “Ofensiva” el 24 de junio de 1943, que “en vez de acudir presuroso al campo de batalla, nuestro flemático rey se viene a Cuenca”, y que como consta en el Archivo Municipal, durante ese tiempo se organizaron cacerías, fiestas y hasta un festejo taurino en la Hoz del Júcar, en el paraje conocido entonces como “El Barco”, preparado al efecto frente a la Fuente del Abanico, en el Recreo Peral, recogido en una de las pinturas de García Salmerón. Aprovechó Felipe IV esa visita a Cuenca para visitar la Catedral y observar el cuerpo incorrupto de San Julián y acercarse hasta los Molinos de Papel, donde quedó registrada la visita en una placa de piedra en el Santuario. El rey solía presidir la procesión del Corpus en Madrid, que era una de las más solemnes, y aprovechando su estancia en Cuenca presidió el sencillo cortejo por el Casco Antiguo, con las calles alfombradas de flores, porque era costumbre. Así lo describe Martínez Muñoz de las notas de archivos:

“Llegado el día del Corpus Felipe IV manifestó deseos de ponerse al frente de la tradicional procesión. Junto al monarca se situó todo su real cortejo, compuesto de personalidades tan notables como Luis de Góngora; el embajador de Alemania, el cardenal Espínola; el famoso pintor Velázquez, que le acompañaba en el séquito como pintor de cámara; el duque de Olivares, el obispo de Málaga y otras personalidades”.

Comenta el cronista que “serían de ver las galas de plumas y cintillos, bandas y chambergos, valonas (guardia de infantería del rey) y púrpuras. Jamás una procesión tan lucida rindió homenaje al Dios del Amor, en el Sacramento de la Eucaristía, por la Plaza Mayor de Cuenca. Era el día 19 de junio de 1642”. Otros testimonios citan que durante el paso de la Custodia de los Becerril se produjo el hundimiento de una casa sin que se produjesen víctimas ni incidentes, ordenando el monarca que siguiese el cortejo, que llegaba hasta la Plaza Mayor, convenientemente adornada de flores y alfombras hasta entrar en la Catedral. Debió ser un jueves reluciente y de mucho colorido con esa presencia del séquito real en una ciudad de gentes humildes.

La procesión por la Plaza Mayor de Cuenca hacia 1920. / Archivo José Vicente Ávila

Felipe IV pudo ver en la Catedral el cuerpo de San Julián, con el Arca abierta. El rey visitó el cuerpo incorrupto de San Julián el 23 de junio, quedando impactado del estado en el que se encontraba. La satisfacción de las jornadas conquenses del rey Felipe IV se vio aumentada con las noticias que les llevó el correo de Francisco Melo, general de las armas españolas en Flandes, en las que se comunicaba que el 26 de mayo se había derrotado al ejército francés. El 28 de junio salió Felipe IV desde Cuenca para Molina y Fraga, donde en una semana Velázquez pintó un retrato del soberano, considerado como una de las mejores producciones artísticas. Señala Martínez Muñoz:

“Entusiasmado el monarca con las demostraciones de afecto que recibió del pueblo durante su estancia en Cuenca, quiso demostrar su satisfacción y gratitud y entre las diversas pruebas con lo que significó, figura el obsequio que hizo a San Julián de una lámpara de plata de peso de mil ducados y otros mil ducados de vellón para dotarla”.

Concluye Muñoz que “la rapiña francesa en la guerra de la Independencia despojó a nuestra Catedral de tan magnífica joya como de la Custodia de los Becerriles, que el rey Felipe IV había admirado en aquella histórica procesión del Corpus de Cuenca de hace 377 años.

Pedro Cerrillo porta el Pendón de Alfonso VIII en la procesión del Corpus de Cuenca en 1980. / José Luis Pinós.

Los distintos documentos nos hablan de la Custodia de Cuenca como uno de los grandes tesoros de la Catedral. Según los testimonios de Antonio Ponz en su “Viaje por España”, de 1789, relacionado con Cuenca, y de Giménez de Aguilar, además de Dimas Pérez Ramírez, en su Cuaderno “La Custodia de Cuenca”, se trataba de una de las mejores de España. A Ponz le impresionó mucho contemplar una joya de tanto valor, en la que aparecía un amplio letrero en letras romanas colocado en el zócalo de la Custodia que reflejaba el ininico de su construcción el 25 de marzo de 1528, por mandato del obispo Diego Ramírez de Fuenleal. Sobre la autoría queda claro que el trabajo principal lo hizo Francisco Becerril, y que además trabajaron con él su hermano Alonso y su hijo Cristóbal. Desfiló por vez primera sin estar rematada el 24 de junio de 1546, siendo obispo Sebastián Ramírez.

¿Y cuándo quedó definitivamente acabada esta gran obra de orfebrería? La fecha se recogía en la citada inscripción de la peana, en concreto en el año 1573, ocupando el prelado Gaspar Quiroga la silla de San Julián; es decir, habían pasado 45 años desde el inicio de la obra por Francisco Becerril, su hermano Alonso y su hijo Cristóbal, que como es sabido tienen calle en Cuenca con la denominación de Hermanos Becerril. Curiosamente, Francisco falleció poco después ese mismo año. Según los datos de Ponz, la Custodia “se componía de tres cuerpos y remate final, formando un bellísimo e imponente conjunto arquitectónico de estilo netamente plateresco”. Añade Dimas Pérez en su interesante estudio de aquel tesoro artístico que tenía la Catedral de Cuenca, que “entre toda la orfebrería religiosa figuraban la Santa Cena, el Sepulcro, las tres Marías, el viril para el Santísimo y una estatuilla de Cristo Resucitado, figuras de obispos y ángeles y otras filigranas que enriquecían la joya de Becerril”.

Existen vestigios de la Custodia de Cuenca en el “Victoria and Albert Museum” de Londres. Así lo refleja Dimas Pérez Ramírez en el Cuaderno que editó “Gaceta Conquense”. Tenía la seguridad de que allí están determinadas piezas de plata que pertenecían a la Custodia de Cuenca. “Estas son: dos pequeños soldados en posición yacente, dos estatuillas representando a San Cristóbal y a San Jorge, y la figura de un santo obispo. Incluso pidió al Museo londinense las fotografías de las piezas, que fueron publicadas en el Cuaderno. Sobre el tiempo que costó llevar a cabo tan delicada obra de orfebrería y su destrucción escribía Giménez de Aguilar: “Se empleó toda una dinastía de artistas, cuarenta y cinco años, para producir aquella maravilla pieza y bastó un momento de barbarie para destruir los caprichos y artística imaginería”.

La caída de la Torre de la Catedral, con sus víctimas mortales, también influyó en la procesión del Corpus de aquel año fatídico de 1902. Tras el hundimiento de la Torre del Giraldo, ese fue el único año en que la procesión del Corpus no salió de la Catedral. Lo hizo el 29 de mayo desde la iglesia de la Merced, que fue sede catedralicia hasta el 5 de septiembre, dando una vuelta por la Plaza Mayor, en día lluvioso, con el penoso recuerdo de la tragedia ocurrida mes y medio antes. La procesión se repitió de nuevo desde la Merced en la Octava del Corpus, pues entonces se celebraban dos cortejos procesionales, aunque en este caso descendiendo por la calle Alfonso VIII y retornando por la del Peso hasta la Merced, acompañada de las Bandas de Música Municipal y Provincial y piquetes de la Guardia Civil a caballo.

Ya en 1903 la procesión volvió a salir de la Catedral, tanto el día del Corpus como en la Octava, con el concejal señor Cañas portando el Pendón de Alfonso VIII y ese año hubo polémica porque se representaba en Cuenca la pieza teatral “Juan José”, considerada como obra de denuncia social, que tenía censura eclesiástica, y se pidió que fuese prohibida o al menos que no se representase el día del Corpus. Era habitual estrenar obras de teatro en esas fechas en Cuenca, como ocurrió en 1921 con “La casa de la Troya” e incluso algún festejo taurino.

Procesión del Corpus por la calle Alfonso VIII, cruce con Zapaterías, hacia 1915. Se observan edificios que ya no existen. / Cofradia 2016.

La tradición se ha venido manteniendo a lo largo de los años, aunque con algunos cambios. En las décadas de los 40-60, la procesión era vespertina, encabezada por la colorista Umbela, que es como un parasol, y en la mayoría de los años el recorrido ya no se alteraría desde la Plaza Mayor, con el retorno por Santo Domingo, Solera, Peso y Alfonso VIII, en camino de pétalos y rosas, hasta que fue variado de nuevo en estos últimos años. Como nota curiosa, en 1980, la procesión del Corpus tuvo un mayor lucimiento, ya que unos días antes apareció en una de las dependencias de la Catedral, según publicaba Diario de Cuenca “un palio esplendoroso; una brillante obra de artesanía conquense, bordado en oro, con varios medallones en los que se reflejan escenas relacionadas con las tradiciones religiosas conquenses”, que fue sacado en carroza, además del Pendón de Alfonso VIII, que ese año portaba el concejal Pedro Cerrillo. El antiquísimo cortejo lo organiza la Junta de Cofradías, con el Santísimo en andas, desde hace más de una década y con altares de Hermandades.

En toda la provincia se celebra este cortejo procesional con la sencillez característica de cada pueblo, con algunas particularidades como en Villanueva de la Jara. Una de las celebraciones más peculiares que se dan en la provincia tiene su cita en Villanueva de la Jara, donde la tradición se remonta hasta los siglos XV y XVI, cuando “esta villa emancipada del Señorío de Alarcón organizó tanto su vida civil como eclesiástica, y que al adquirir rápidamente una preponderancia sobre las nuevas tierras adjudicadas a esta villa, se supone que estos actos adquirieron un esplendor inusitado”, relataba el cronista local, Gratiniano Peñaranda, en una de sus innumerables crónicas como corresponsal jareño. No es frecuente que en la procesión del Corpus acompañen al cortejo imágenes, pero en La Jara que pisó Santa Teresa, dejando huella y convento, se consiguió con no pocas diferencias de opinión con la autoridad eclesiástica de cada momento, que la magnífica Custodia de Sedano llevase por delante una cohorte de imágenes, que hasta veinte se han podido contar algún año.

No deja de sorprender que estando presente tan famosa Custodia el protgnismo sea para la veintena de imágenes. Según explicaba Gratiniano Peñaranda, en el Domingo de la Trinidad los jareños recogen las imágenes de los distintos templos y las llevan a sus domicilios, donde son visitadas por vecinos y amigos, invitando a zurra y magdalenas. El Día del Señor son llevadas a la parroquia para salir en procesión acompañando a la Custodia. Los jareños portan con fe y entusiasmo las pequeñas andas, repartiendo la devoción por gremios: los camioneros, a San Cristóbal; los escolares al Niño Jesús y Niña María; siguen el desfile Santa Teresa; las vírgenes del Rosario, del Carmen y de Fátima, San Isidro de los labradores, San Luis Gonzaga, San Antonio, Santa Teresita de Lixeus y así hasta completar con la Purísima Concepción. Romero, tomillo, banderas, gallardetes, reposteros, música, incienso, nada falta en este peculiar Corpus de Villanueva de la Jara del que entresacamos la noticia de cómo esta población conquense celebró esta tradición en 1916:

“El pueblo está en fiestas por sus anchas y empolvadas calles de ciudad legendaria, circula hacia el templo apiñada la multitud en traje de fiestas en el día del Corpus, que, como reza el adagio español, es una de las tres fiestas que relucen más que el sol, y éste brilla con toda la esplendidez del calmoso estío…”

Las bellas mujeres sacaron del fondo del arca, donde yacen juntamente con olorosos membrillos, sus mejores galas, que adornan sus gráciles y esbeltas figuras, tocadas por airosa mantilla, netamente española, que tan poderosamente realza la belleza de su tez morena”.

“Y una larga procesión compuesta de valiosas imágenes, recorre el tradicional itinerario: y desde los balcones, una lluvia de flores deshojadas cae arrojada por piadosas manos, tapizando el polvoriento suelo, esparciéndose su delicada aroma…”

No podemos citar a todos los pueblos, pero destacan las celebraciones de Iniesta, Altarejos o Fuentelespino de Haro. Cada localidad con sus tradiciones, que en algunos casos son ancestrales. Iniesta cuenta con una joya de Custodia, de Francisco Becerril, que ya de por sí es un reclamo para la procesión, que se ve acompañada por danzantes y danzantes de coloristas ropajes, que danzan al son de la música con sus paloteos, delante del cortejo, además de la Banda de Música.

En Altarejos se mantiene la tradición gracias a la Hermandad del Santísimo, que está representada por tres personajes: el mayordomo y oficial mayor, que es el que lleva el colorista bastón de mando; el segundo mayordomo o alabardero y el tercer mayordomo, que es el abanderado.

Estos tres cargos de mayordomía van precedidos por dos niños que hacen la labor de pajes y que llevan una banda azul con diversos colores y un sombrero a modo de castoreño. Con los sonidos del tamborilero y el de la pita el oficial mayor va invitando a autoridades y pueblos a participar en el cortejo, al que sigue al terminar con la invitación a la típica limoná y el baile.

Como dato curioso en Altarejos ocuparon estos cargos por primera vez tres mujeres en 1985: Amparo, Asunción y Raquel, ya que ese año los mozos no se presentaron para la mayordomía.

En Pozoseco desfilan delante de la Custodia la Virgen del Rosario, la Patrona y el Niño Jesús, y en Olmeda de la Cuesta, como en tantos pueblos de la provincia, se preparan altares para depositar la Custodia que suele desfilar bajo palio.

Finalmente, en Fuentelespino de Haro se celebra la procesión en su fecha, y de manera especial el segundo Corpus, el 27 de octubre, para dar gracias por el cese de las muertes por epidemia de hace más de un siglo, tras haber sacado a la calle el Santísimo para implorar por ello. La tradición se mantiene con la Custodia bajo palio y altares en las puertas.

 
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