'Sit tibi terra levis'
Se suele decir en este país que no pasa nada hasta que hay muertos. Pero la proposición es errónea de partida. Aquí no pasa nada no hasta que haya muertos sino aunque haya muertos
La Firma de Paco Rebolo, "Sit tibi terra levis
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Algeciras
Se suele decir en este país que no pasa nada hasta que hay muertos. Pero la proposición es errónea de partida. Aquí no pasa nada no hasta que haya muertos sino aunque haya muertos.
Y digo esto porque estamos viviendo con peligrosa cercanía situaciones en las que, de chiripa, no ha habido tragedias medioambientales y personales de las que se recuerdan por varias generaciones.
Para situarnos es como lo del maremoto que dicen que va a asolar Cádiz o el terremoto que, de nuevo va a destrozar San Francisco; la cuestión no es si se va a producir, sino cuándo se va a producir.
Pues lo mismo pero en el Campo de Gibraltar. Que si un submarino nuclear por aquí, que a fin de cuentas tienen el reactor atómico que se podría comer a pelo en él. Que si un petardazo en Refinería (que allí sí hubo muertos), que si un problema con la chatarra radioactiva y se nos desparraman unos gramitos de Cesio 137, que si un incendio en una fábrica de plásticos, que total, sólo son plastiquitos...como los hilillos de plastilina del "Prestige", vamos. Vivimos constantemente en el filo de esa navaja ávida de rebanar pescuezos que es toda la industria que nos rodea, que mata en dos tiempos, a cámara lenta y de sopetón.
¿Alguien recuerda alguna situación realmente dramática en nuestro país que haya acabado con alguno de sus responsables recogiendo el jabón en el talego o pagando de su bolsillo o del de la Empresa que lo abduce? ¿A cuánto creemos que está el kilo de persona para una de estas Juntas de accionistas que previamente se ha adornado con uno o dos políticos de esos que no ha encontrado mejor acomodo tras servir abnegadamente a la patria? Porque tengamos por cierto que si les sale más rentable pagar multas por matar que prevenir accidentes para que no muramos, sólo nos queda poner el texto en nuestra lápida. O contratar a otro político, que donde pacen seis, pacen quince.
Aun así, me parece extraordinario que nos movilicemos para quejarnos, todo lo alto y lejos que podamos, de cuál es el estado de nuestro entorno, o de los hielos de Groenlandia, que a fin de cuentas cuando un glaciar se derrite, hasta los plásticos que inundan El Rinconcillo lo notan, pero lo que de verdad valdría de algo sería que dejáramos de ser una mera gráfica en la pared de esas Empresas cuyo razonamiento va con el símbolo del dólar por montera.
Llega un momento en que uno no sabe cuál podría ser la solución a todos los desastres que, más pronto que tarde, van a sumirnos en el llanto y el crujir de dientes. Y decir que hay una, o dieciséis soluciones fáciles, es pecar de ingenuidad. Yo no tengo mucha idea de recetas mágicas en este campo (sólo algunas y en cocina), pero lo que sí tengo claro es que con este ultracapitalismo salvaje que nos exprime hasta el tuétano es imposible salir del desastre en el que nos han metido con tal de que alguien consiga una mejor cuenta de resultados o una mejor retribución a sus accionistas.
Y, por cierto, en las lápidas los textos quedan más resultones en latín.