Una bala para Billy el Niño
A Coruña
Cuando sonó el teléfono, lo miré de reojo. Estaba completamente solo en la redacción,lo que suele pasar por las mañanas, pero seguro que esa llamada no era para mí. Por la mañana solo llaman pesadísimos responsables de comunicación preguntando si habíamos recibido el correo electrónico que nos habían enviado hacía un par de horas, o que querían que cubriéramos un evento en Santiago, porque ignoran que el medio en el que trabajo es local. El teléfono volvió a sonar y me rendí:cogí el auricular. "Sí", afirmé, tratando de desanimar con mi tono a cualquiera que se encontrara al otro lado. No hubo suerte."¿Oiga? Vamos a ver, es por lo que sale en la página 29 de hoy". La voz correspondía a un hombre mayor. Sentí un ligero alivio, porque yo no había escrito nada en esa página, así que no se trataba de un lector enfadado por un error que yo hubiera cometido. Pero el alivio me duró poco y fue rápidamente sustituido por la confusión.
Pasé las páginas del periódico y leí el artículo al que se refería, una simple nota donde se podía leer una pieza sobre Billy el niño, el policía franquista, y su proceso judicial: "Presentan la primera querella grupal contra Billy el Niño por torturas sistemáticas" . "Ese hombre debería ir a la horca", me informó el lector. Ni siquiera se había dignado identificarse antes de regalarme su opinión. Nunca lo hacen, así que decidí pararle los pies. "Perdone, ¿quién es usted?". Eltipo interrumpió su parrafada. "¿Por qué quiere saberlo? ¿Y usted quién es?". Me identifiqué y le expliqué los rudimentos de la etiqueta telefónica. "Lo normal es que se identifique al llamar,que diga, 'Hola, yo soy pepito...".. No se amilanó. "Bueno, pues soy Pepito y". Sin que pudiera detenerle, me soltó una perorata en la que la denostaba una justicia como la española que permitía que Billy el Niño siguiera siendo un hombre libre. "Es un hijo de puta, torturaba a la gente", me explicó. Asentí sin poder evitarlo. Yo tampoco era un fan de ese famoso policía franquista, pero aquello no bastaba para que sintiera interés por lo que me contaba por don Pepito. "No entiendo por qué ha llamado", confesé. Casi hubiera preferido que se tratara de una queja por un artículo mío porque, a lo largo de los años. he desarrollado un protocolo para enfrentarme a situacione como esa. Aquello no tenía ni pies ni cabeza
Él me explicó que era un lector del periódico desde hacía 23 años, nada menos, y que tenía 73. Que antes leía otro periódico, de mucha mayor tirada, pero que había dejado de hacerlo por "fascista". "El suyo puede pasar", me comentó. Que don Pepito dijera que mi trabajo tenía un pase me llenó de orgullo. Me preguntó que qué clase de democracia permitía lo de un sujeto como Billy el Niño,que él había emigrado a otros países y que allí eso no pasaba. Yo le recordé que aquel policía era un producto del franquismo, como toda la Brigada Político-Social. Él me señaló que habían estado activos durante la Transición.Yo insistí en que no entendía a qué venía todo aquello."Perdone, ya veo que le molesto". Le aseguré que no me sentía molesto, solo desconcertado. Luego colgó.
Quince minutos más tarde, sonó otro teléfono en la mesa de atrás. Me deslice sobre mi silla con ruedas de un empujón y cogí el auricular. "¿Oiga?" Era don Pepito. Él también me identificó enseguida. "¿Hay alguien más con el que pueda hablar?". Le desilusioné. Tenía que esperar hasta las cuatro y media de la tarde, pero él me dijo que no le venía bien. Quizá tenía cosas que hacer, o quizá la indignación que sentía por lo del Billy el Niño le reconcomía demasiado por dentro. "Yo estuve en el Ejército y si hiciera eso a alguien de mi familia le pegaría un tiro". Un duelo a tiros entre don Pepito y Billy el Niño habría sido algo digno de verse, desde luego, pero no estaba dispuesto a participar de su fantasía justiciera. Aquel septuagenario solitario, ansioso de contar sus batallitas, estaba dispuesto a llamar a un periódico para soltarle cuatro verdades a un desconocido, como si fuera un parroquiano en la barra de bar que hubiera tenido la mala suerte de sentarse a su lado. Es para evitar situaciones como esta que siempre evito el contacto visual con la gente mayor de sesenta años. pero que te llamaran sin más era demasiado. Don Pepito colgó, justo cuando estaba a punto de ofrecerle el ahorcamiento que él tanto quería con el cable del teléfono.