De luces y sombras

León

Es tiempo de vendimia en el Bierzo y en Gordoncillo y es siempre tiempo de recortes en la viña abandonada de la escuela pública. Se rebelan los padres y los alumnos en el instituto de Valencia o en el Gil y Carrasco de Ponferrada contra esta tijera infame que sangra lo público en beneficio de lo privado, que horada lo común para amontonar el dividendo en unos pocos. Nada nuevo bajo el sol. Pasan los gobiernos y los consejeros y el mantra se repite como una oración. Ahora es consejera, pero de la misma cofradía que el anterior y el anterior. Ya se sabe que lo importante es cuidar la tradición. Sobre todo, la propia.

Y en esa misma senda camina la nueva consejera de sanidad, esta de la parroquia de los independientes ciudadanos, que llegó nombrada como mejor médica del universo mundo, pero enseguida se ha aprendido el catecismo de las dilaciones, los estudios y el besamanos hospitalario para concluir lo mismo que su predecesor: no puede haber un médico cada 29 habitantes. Una luminaria.

Tan necesaria ahora que nos estamos quedando a oscuras en las calles de León en plena renovación del universo bombilla, en un contrato de 21 millones de euros que prometía ser pirotecnia pura y se está quedando en una anemia lumínica más propia de una cueva platónica que de la capital del reino.

Está el pueblo llano quejoso y arde en deseos de pronta solución, con una celeridad equiparable a la que el alcalde Diez ha tenido para ponerle sueldo al tránsfuga podemita, un rayo de prontitud retributiva que no hacía falta y que deja en mal lugar al receptor y al pagador. Queda en el aire un trazo de viejas tinieblas, justo ahora que parecía que estrenábamos luces nuevas en San Marcelo.