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Los conjuros de una hechicera de Cuenca y el caso de la Beata de Huete

¿En Cuenca existieron hechiceras? ¿Cómo y de dónde llegaba el conocimiento para poder practicar la hechicería y realizar todo tipo de conjuros? ¿Qué diferencia hay entre un hechicero y una hechicera?

'Brujas yendo al Sabbath', 1878, por Luis Ricardo Falero. / Wikipedia

Cuenca

¿Qué diferencia hay entre un hechicero y una hechicera? En el espacio Misterios Conquenses, que coordinan Sheila Gutiérrez y Miguel Linares y que emitimos los martes en Hoy por Hoy Cuenca, abordamos esta cuestión y conocemos algo más sobre las descripciones y acusaciones falsas que nos han hecho caer en errores y persecuciones a aquellas mujeres que fueron tachadas de brujas sin serlo. Sobremos algo más de rituales y hechizos realizados por personas con un conocimiento y creencias diferentes de los que pedían sus servicios. ¿En Cuenca existieron hechiceras?¿Cómo y de dónde llegaba el conocimiento para poder practicar la hechicería y realizar todo tipo de conjuros? En este programa hemos querido plasmar la figura de la hechicera en Cuenca y el papel que desempeñaba en la sociedad. Todos los datos de los casos que hemos contado han sido obtenidos del libro Brujería y hechicería en el obispado de Cuenca de Heliodoro Cordente Martínez, una obra maestra que nos va a acompañar durante esta temporada.

Los conjuros de una hechicera de Cuenca y el caso de la Beata de Huete

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Vamos a realizar un simple ejercicio donde las palabras se mezclan con imágenes. Si os pedimos que describáis a un hechicero casi todo el mundo lo asocia a un hombre, de edad adulta casi llegando a la vejez, con túnica o con el traje típico de una tribu. Nos lo imaginamos en un estado de trance o preparando algún ungüento para la curación de algún mal o dolencia. Un sabio que respeta a sus ancestros. Alguien al que la gente acude con más fe que razón, peticiones y consultas que se catalogan de extraordinarias con resultados obtenidos, practicando magia buena como algunos la catalogan.

Pero ¿qué pensamos cuando nos piden que describamos a una hechicera? Casi al instante nos sobreviene la imagen de una bruja de esas que aparecen en los cuentos. Una mujer que ha llegado a la vejez, con arrugas en su piel, con cara de pocos amigos, vestida con falda y camisa, sin olvidarnos de ese mandil el que saca hierbajos y demás artilugios extraños. Nos la imaginamos preparando potingues, pero esta vez no para curar dolencias sino para utilizarlos para hacer daño, realizar amarres amorosos y quitar la voluntad de aquella persona a quien va dirigido. ¡Qué injusticia no os parece!

Pero la realidad es que la definición oficial de estos términos nos aleja un poco de esa contaminación visual, quizá sea por la cultura, por la religión, pero la verdad es que al examinarlos un poco más detenidamente nos encontramos con que: la definición de hechicero hablando en masculino nos dice que se trata de una persona que realiza actos de magia o hechicería para dominar la voluntad de las personas o modificar los acontecimientos, especialmente si provoca una influencia dañina o maléfica sobre las personas o sobre su destino, y que la definición hechicera, hablando en femenino, nos dice que se trata de una persona que en algunas culturas hace predicciones, invoca a los espíritus y ejerce prácticas curativas utilizando poderes ocultos y productos naturales; también suele aconsejar y orientar a las personas que acuden a consultarle.

Incluso en muchas fuentes nos la describen como hermosas mujeres que usan su belleza para ejercer el poder de la atracción.

Lo único que podemos deducir es lo que tienen en común: en los dos términos tienen como objetivo practicar la hechicería, que es un conjunto de conocimientos, prácticas y técnicas que se emplean para dominar de forma mágica el curso de los acontecimientos o la voluntad de las personas.

Lo que no podemos negar que los términos magia, hechicería y brujería siempre han estado ligados. Una unión que nos ha llevado a mezclar prácticas y objetivos que a lo largo de la historia y en muchas ocasiones les ha costado la vida a gente inocente.

Si nos sumergimos en la historia de la hechicería, en casi todas las épocas desde la Antigüedad había sido una práctica realizada por hombres, haciendo una excepción en la Edad Media cuando comenzó la persecución a aquellos que practicaran la « brujería demoníaca» y que en prácticamente todos los casos fueron mujeres, ya os imaginaréis que estamos hablando de la brujas.

Brujas, hechiceras, alcahuetas, curanderas son términos que usamos para describirlas, sin pararnos a pensar que los objetivos son muy diferentes según las prácticas, rituales y los más importante a quien veneren. La diferencia más significativa es la época en la que encontramos las primeras referencias. Las hechiceras son representadas aunque levemente en la antigüedad clásica.

La hechicera invoca y se sirve del poder del Maligno para realizar sus conjuros utilizando poderes misteriosos o demoníacos, pero nunca haciendo un pacto con el diablo. Sí que es verdad que no podemos negar que una de las peticiones más realizadas eran las relacionadas con el amor.

El conjuro de una hechicera de Cuenca

Juana García de Santa Fimia tenía un ritual muy concreto a la hora de conjurar a los demonios y pedirles el amor de la persona deseada. Cogía tres cascos de barro, sal de tres mujeres dadas a la mala vida, almea que es una planta acuática y una prenda de la persona deseada. Llenaba los cascos llenos con los ingredientes por los rincones de la casa, los encendía y cuando comenzaba a salir humo de ellos, comenzaba a correr de un casco a otro y todo esto repitiendo el conjuro una y otra vez: “Diablos del horno, traédmelo en torno. Diablos de la carnecería traédmelo aína. Diablos de la peña traédmelo en rueda”.

Este conjuro podía variar dependiendo a quién fuera dirigido y a que profesión se dedicara la persona a la que se amaba. Y también podía ser modificado según la hechicera que lo realizara. Pero este no es único conjuro que utilizaban, también era muy dadas a realizar filtros amorosos en el que el amor de la persona deseada podía se realizaba a través de rituales en los que se utilizaban bebidas y comidas. Así que estamos diciendo que había casi tanta hechicera como conjuro, que fueran reconocidas o no dependía del éxito que tuvieran entre sus clientes, y de si aquellos que la visitaban se atrevían a contar sus experiencias y peticiones.

La beata de Huete

Y no podemos olvidarnos de la conocida como Beata de Huete quién en más de una ocasión realizó sus conjuros para atraer a su lado al hombre al que amaba, un miembro que pertenecía a la Iglesia y que le produjo más de un dolor de cabeza. Tal vez os preguntéis, como nosotros, si ellas mismas podían hacer conjuros para su beneficio personal.

Hay cientos de conjuros, muchos de ellos utilizados por la Beata de Huete, como el de las estrellas, muy demandado por unas madres empeñadas en elegir un marido para sus hijas, o el conjuro de las mechas o torcidas de candil, que consistía en impregnar las mechas del candil con semen de varón y, una vez encendidas se recitaban ciertas palabras para atraer el amor del portador de dicha sustancia. Conjuros que no podían realizar para su beneficio por lo cual debían acudir a otra hechicera.

Y sabemos que eran tachadas en muchas ocasiones de brujas por lo tanto su aceptación en la sociedad y el pensamiento de la Santa Inquisición no las dejaba bien paradas. Juana, o como la conocían La Cierva, era de Villalba de Huete y vecina de Cuenca, en 1519 declaró ante la Inquisición que muchas mujeres acudían a ella para que sus amantes las quisieran bien. Y para que funcionase aquel conjuro les pedía que llevaran almea y que las camisas mojadas de los amados la sahumasen con humo de la planta, así quedarían impregnadas de su amor.

U otro amarre utilizado por esta hechicera era el que consistía en coger las agujetas de sus amantes, se las metía entre los pechos de las mujeres a la vez que recitaba el conjuro, y una vez terminado tenían que ser de nuevo entregadas.

También utilizaba otro tipo de conjuros pero más escatológicos, con elementos y objetos que nos sorprenden que pudieran usarse para llamar al amor, como escribir con sangre el nombre del amado, conseguir dientes de difunto o la soga de un ahorcado. Como extraño y horrible es lo que le recomendó a una mujer llamada Catalina: que enjugasen las escudillas, un recipiente parecido a un tazón donde se tomaba la sopa, que lo hiciera con su orina, y que esa orina la echara en la comida. Remedios que nos hacen replantearnos sus prácticas que algunos tachaban de impecables y con gran resultado.

Existían varios recetarios donde se encontraban las indicaciones para realizar todo tipo de conjuros, los ingredientes, los pasos a seguir, el objetivo para el que estaban dirigidos. Detalles que no dejan paso a la improvisación. Cánticos, frases, fechas y etapas lunares, un sin fin de datos para que no hubiese margen de error. Pergaminos y libros que han sido encontrados tras muchos años de búsqueda u otros encontrados fortuitamente.

Pedro Luis De Alarcón, vecino de Uclés, encontró un recetario en el que se encontraba un remedio amoroso muy llamativo, para que una mujer quisiera bien a un hombre, donde había que coger unas ranas en creciente o menguante, arrancar las ancas, dejarlas al raso y después había que ponerlas en la ropa de la mujer amada.

 
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