Papel violeta
A Coruña
Una semana antes, las amenazas en Twitter habían obligado a la Universidad de A Coruña a cancelar unas jornadas sobre prostitución, así que aquello llovió sobre mojado. Acudí a la concentración feminista contra la violencia de género que se celebraba en el Obelisco, me abrí paso entre la multitud compuesta por quinientas personas, algunas de las cuales sostenían pancartas violetas, y saqué mi bloc de notas para apuntar las consignas que coreaban: "Aquí estamos, nós non asesinamos!", "Patriarcado e capital, alianza criminal!"; "O sistema apunta, o machismo dispara!", "O machismo mata, os medios rematan!". Aquello último debió haberme puesto en alerta, pero en ese momento no le di importancia. Frente a mí, alineadas contra la sede de la ONCE, las integrantes de la Plataforma Feminista Galega sostenían enormes pancartas violetas y cinco siluetas negras que representaban mujeres asesinadas. Luego una de ellas se adelantó con lo que resultaron ser varios periódicos en mano. Esa fue la segunda pista, pero también la ignoré hasta que la oradora tomó la palabra para denunciar "o morbo e a apoloxía do terrorismo machista" en los medios de comunicación.
La activista anunció que iban a repasar uno por uno los periódicos para criticar su seguimiento del triple homicidio de Valga, y que iba a comenzar "polo titular máis nauseabundo". Me quedé de piedra: el primer periódico que sostenía era para el que yo trabajaba. Alguien había subrayado con un fluorescente amarillo uno de los titulares. Este rezaba "Una disputa por la casa familiar posible móvil del triple crimen machista de Valga". "Que vos parece?" preguntó al público, que replicó con un sonoro abucheo. El alivio que había sentido al darme cuenta de que no era de uno de mis artículos el que iba a ser puesto en la picota fue sustituido rápidamente por irritación. No se trataba de que la información fuera errónea. Lo malo era el enfoque. A pesar de que mencionaba el machismo, insinuar que puede existir otro o más factores (adicciones, trastorno de personalidad o mental, desarraigo, estrés o el dinero) que influyen en que un hombre mate a su pareja, cualquier cosa más allá de la programación instalada por el patriarcado, sacaba de quicio a aquellas feministas. Mi compañera había realizado un trabajo concienzudo, interrogado a los testigos, preguntando a los familiares y contactado con las autoridades hasta reconstruir el entorno de crimen. Todo, para ofrecer una comprensión más clara de la tragedia al lector, pero nada de aquello importaba.
A medida que aquella mujer, que hubiera sido una magnífica editora jefe del Pravda o del Granma, seguía expurgando a la prensa capitalista y criminal, me di cuenta de hasta dónde llegaba su intolerancia hacia el más leve desviacionismo. Su crítica al siguiente periódico era aún más extraña: en el artículo se indicaba que los niños habían presenciado el asesinato, pero que no habían sufrido "daño físico". "Como si uns nenos non sufriran dano ao ver morrer a súa nai!", clamó. Un nuevo coro de abucheos, este más débil que el anterior, siguió al primero. La tercera crítica fue aún más desconcertante: se trataba de un artículo de fondo en el que se elogiaba la labor social de las víctimas. La activista explicó al público cuál era el problema: aquel insensible artículo daba a entender que el lector debía sentir más pena por las víctimas por el mero hecho de que fueran buenas personas en vez de centrarse en lo importante, que eran mujeres víctimas del patriarcado. Esta vez los manifestantes recibieron el reproche con un silencio confundido que reflejaba el mío, mientras aquella comisaria de partido demandaba una cobertura "real e obxectiva" a la prensa disidente.
Como si quisiera asegurarse de acabar con cualquier esperanza mía de que estuviera escuchando la opinión extremista de un grupo minoritario, la camarada revolucionaria sacó a relucir la Declaración de Compostela que el Colegio Profesional de Xornalistas había publicado en 2004 y exigió que todos los medios y periodistas nos plegáramos a ella. En su punto primero, el documento, que explica cómo enfocar los casos de violencia de género, declaraba que, "a violencia de xénero baseáse nun modelo patriarcal da sociedade". En el cuarto, el documento proclama que, con la violencia de género "non cabe a neutralidade" y en el once, que "é preciso evitar un tratamento informativo que xustifique ao agresor, como sucede sempre que se bota man doutras circunstancias persoais (alcoholismo, ciumes) alleas ao feito en sí".
Así que, incluso para muchos periodistas, la imparcialidad, la libertad de expresión, el pluralismo informativo, el análisis cercano, que en la facultad me enseñaron que eran las señas de identidad del periodismo, todo eso queda fuera de lugar al escribir sobre violencia de género. Cada caso es tan solo una repetición del anterior, cada titular debe convertirse en una consigna, toda cabecera, en un panfleto. Una de las oradoras del Obelisco advirtió de que, de no ser así, los medios de comunicación seríamos cómplices de todos y cada uno de los asesinatos cometidos por el patriarcado. En esta lucha, como en cualquier guerra declarada, la censura se impone, la primera baja es siempre la libertad y la verdad oficiosa. Los periódicos tenemos un papel, pero no puede ser blanco y negro. Como las pancartas, tiene que ser violeta.




