Niños de Chernóbyl: un viaje a Málaga para curarse de la radiactividad
Una veintena de menores bielorrusos como Vika aterrizan cada año en la capital malagueña para ser acogidos por familias; así prolongan su esperanza de vida
Málaga
Vika tiene 10 años, vive en Brahin (Bielorrusia) y es una niña radiactiva. Por haber nacido en un lugar cercano a la zona cero del desastre nuclear de Chernóbyl. Sus padres la envían a España cada año para ‘sanerarse’. Lleva tres veranos y dos navidades visitando a su otra familia, en Málaga. El hogar de María Benítez y Pedro Blanco lo es también de ella, una más en la familia.
Ellos son madre e hijo, y la llegada de Vika les ha cambiado la vida. “Es como una hija”, dice María con ojos brillosos. Pedro comparte esa mirada y una media sonrisa cuando habla de ella. Hace unas semanas que regresó a su país y ya la echan de menos. “Al principio era reacio, porque están aquí un tiempo, se les coge mucho cariño… y luego se van”, reconoce este joven estudiante de psicología. Con Vika hace de hermano mayor e incluso de padre. Tres palabras le salen automáticas cuando se le pregunta por la experiencia: “No tiene precio”.
Gracias a la asociación malagueña La Sonrisa de un Niño, este año han sido 17 chicos y chicas entre ocho y trece años los que han pasado una estancia veraniega en Málaga. De esas del todo incluido, pero con un trasfondo impactante.
La radiactividad no tiene cura, solo reducción. Vienen a limpiar sus organismos. Vienen a respirar aire puro y comer alimentos no contaminados. Vienen a un lugar sin toxicidades. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 40 días en suelo español supone para estos niños un aumento de su esperanza de vida entre los 12 y los 18 meses. Vienen a vivir, al fin y al cabo.
Todos ellos proceden del sur de Bielorrusia y ponen pie en Málaga con un estado de salud preocupante. “Vienen bajos de peso, con problemas de visión y una higiene bucal que yo no he visto algo igual en mi vida”, asegura Estebina Martos, presidenta de la asociación La Sonrisa de un Niño. Consecuencias de beber y comer cosas tóxicas. Las mediciones de estos menores superan los 70 becquerelios (unidad de medida de la radiación) en algunos casos. La OMS pone el límite máximo en los 100.
La familia malagueña de Vika la lleva a todas partes. Intentan hacer lo que a ella le haga más ilusión. Parque, piscina, playa. Aunque siempre con unos límites. Porque es una hija más, con las consecuencias que eso conlleva. “Hay momentos que necesitamos relax y nos quedamos en casa viendo una peli”, dice Pedro, que recuerda la barrera del idioma los primeros días. No cayó en la rápida capacidad de aprendizaje de los niños. Al principio con el traductor de Google, pero luego acabó hablando el español “mejor de lo que yo hablaría ruso si visitara su zona”, reconocía entre risas.
Los niños de Chernobyl: la historia de Vika (REPORTAJE)
03:04
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/1569865319_306738/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>
Los 17 menores no superan los trece años. Demasiado jóvenes como para ser conscientes del desastre que les afecta. Aquella explosión del reactor 4 de la central ucraniana en 1986 sigue arrastrando consecuencias 33 años después. Cáncer, leucemia, niños con malformaciones y daños genéticos y un claro crecimiento de la mortalidad infantil. Según un estudio del Organismo Internacional de Energía Atómica, entre 100.000 y 200.000 abortos se han dado en Europa Occidental a causa de la catástrofe nuclear.
No conocen la estadística, ni siquiera las consecuencias. Solo saben que cada año tienen que limpiar su organismo. Huir de la radioactividad cambiando de familia. Aunque Vika sí les ha hablado de su ciudad a María y Pedro, enseñándoles fotos en el móvil de su colegio y su casa. “Mira, aquí es donde yo estudio”. Estos intercambios son normales en Bielorrusia. Las familias que no pueden costear el vuelo hacia otros países, mandan a sus hijos a campamentos apartados del aire radiactivo. Los llaman ‘sanatorios’.
Niños y niñas que llegan serios, un poco asustados. Y los nuevos parecen visitar otro planeta. El aire puro les impone, parece. Los que repiten sienten que están en casa. El clima de la Costa del Sol y las familias voluntarias que los acogen -todas ellas previo paso por una entrevista para comprobar que están aptas- costean gastos con ayuda de la asociación.
Hacen verbenas para recolectar algo de dinero, venden calendarios solidarios o lotería. Toda ayuda es bienvenida en La Sonrisa de un Niño, como la que aportan varias clínicas dentales y oculistas de Málaga, que hacen revisiones y tratamientos gratuitos a los menores. Estebina reconoce, no obstante, que hace falta “más apoyo de las instituciones”.
Vika siempre viene con el pelo débil, y se va con un cabello rubio “brillante y precioso”, cuenta su segunda madre. Recupera unos cuántos kilos cada verano y, en Navidad, más de lo mismo. Será la gastronomía andaluza, será la pureza de lo que come. No está contaminado, al menos. María y Pedro son el cobijo de Vika, como otras 17 familias superhéroes. Fabrican la sonrisa de estos hijos de Chernóbyl. “La casa se queda vacía cuando se va”, coinciden. Dan más de lo que reciben, y ganan más de lo que piensan. Vida.