La Naturaleza
Nada es comparable a sentir el renacer de la vida en primavera
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Hace unos días, todas las plazas del mundo, se llenaban de jóvenes mostrando proclamas y pancartas, reproches y quejas en defensa de la Naturaleza. Revisé mi librería y descubrí la cantidad de autores que han escrito en su defensa.
No me gusta que esos jóvenes protestones nos echen la culpa de los amenazantes estertores del planeta, pero he de confesar que a pesar de ser defensora y practicante del buen trato al medio ambiente, me siento culpable yo también de su muerte anunciada. Cualquier adulto responsable se sentirá causante, en mayor o en menor medida, de su deplorable estado de salud, porque la edad nos hace más comprensivos con lo que nos rodea y más sensibles a la bondad que produce la simple observación de nuestro entorno. Como si la vida nos dejara envejecer para acercarnos a la belleza real, aquella que en su momento no supimos percibir entre las prisas y los trabajos. Afilando el olfato para descubrir aromas que estaban y enfocando la mirada para distinguir la belleza que esconde una flor. Para enaltecer la Creación a golpe de años cumplidos y de paciencia adquirida. Para obtener los beneficios espirituales de una forma de vida simplificada, la vida cerca de la Naturaleza.
Nada es comparable a sentir el renacer de la vida en primavera, cuando el hielo se derrite en riachuelos y el cielo se llena de aves buscando un nuevo hogar. Cuando el despertar de la Naturaleza nos contagia y nos regala esa sensación de asombro intrépido y desenfrenado que provoca lo renacido. El sentimiento de haber renovado nuestra existencia al estar en contacto con el elemento natural, es el que nos lleva a un compromiso real ecologista que no es solo contemplativo, sino que nos compromete con firmeza en actitudes de respeto y comprensión de los fenómenos naturales. A pasar por ella sin dejar un papel en el suelo, una botella vacía entre las hojas secas, un ruido que enturbie la paz y el silencio…A considerar la Naturaleza como inspiración e inspiradora de los valores más nobles.
Como dice la poeta murciana Magdalena G Blesa: “que no quede en el campo más que la huella de nuestros pasos…”