El cura de Olleros

León

No es el periodismo un oficio para contar alabanzas, conducta más propia de abuelos en los que renace la ternura. A veces, cuando el personaje viene cargado de tantos méritos humanos, es de justicia hacer una excepción y resaltar los muchos méritos que tiene, en este caso, un cura singular, Manuel Fresno.

Cumple 50 años de sacerdote y, de estos, 40 los lleva repartiendo afectos cristianos en la parroquia de Olleros de Sabero; y, desde hace algunos años, en las otras 11 feligresías que la falta de vocaciones le obligan a atender con la diligencia y la generosidad que entrega sin mirar a nadie la cartera o, si va o no a la misa de doce los domingos y las fiestas de guardar.

Don Manuel es la mejor imagen de una Iglesia que vive íntegramente las desdichas, los problemas y la fiesta y el bar con sus convecinos. Llegó a este valle minero de Sabero desde las tranquilas aguas pastorales de la colegiata de Arbas del Puerto y se integró pronto en una vida social bastante más activa, multicolor y diversa de credos y nacionalidades. La misma sociedad que dibujaban los cientos de familias que vivían de la minería del carbón y que llegaron del sur español, de Senegal, de Portugal, Cabo Verde o Pakistán.

Padeció con el cierre de Hulleras de Sabero y se inició la despoblación que aún sigue sangrando la cifra de habitantes de Olleros, Sotillos, Sahelices, Sabero. Y se inventó hace décadas, para entretener las penas y ampliar el conocimiento, la Semana Cultural y la Semana del Enfermo. Implicó a colaboradores periodistas, políticos y expertos que ahora son tan fieles al valle como el mismo.

Practicante de una iglesia sin oropeles, estas tierras, que durante más de un siglo fueron esclavas del carbón y hoy tratan de desperezarse del desánimo, sin este cura estarían bastante más solas, más tristes y más vacías. Merecido homenaje el que hoy le rinden.