Nostalgia de la verdad absoluta
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Córdoba
¿La Catedral de Notre Dame o el Amazonas? Este dilema planteado por un niño al alcalde de Madrid, respecto de a qué le daría su dinero, volvió a situarnos confortablemente en una de las orillas. El alcalde había contestado que daría su dinero para restaurar la catedral. Esta respuesta afianza las creencias de una de las tribus. Semanas después, el presentador de un popular programa de televisión realizó la misma pregunta al líder de un partido de extrema derecha y su respuesta fue que daría su dinero al Amazonas. Y las certezas respecto al contrario, para los de la tribu anterior, se tambalean. No es posible que dos miembros de la otra tribu tengan opiniones divergentes.
La simplificación tiende a ser extrema cuando la realiza un menor y es siempre extremadamente deliberada cuando la realiza un adulto. En cualquier caso el intento de derivar el objeto de discusión hacia una orilla o la contraria es un recurso tramposo. Plantear el debate (político o de otra índole) como un "callejón sin salida" para atrapar al adversario o al que podría tener otra opinión, es un recurrente ejercicio de "falacia lógica". Es decir un argumento mal construido y con trampa.
Cuando los dilemas se responden desde la masa, tenemos un serio problema. Bajo un impulso altamente emocional, la masa nos hace perder el miedo (y la prudencia). Tenemos una especie de nostalgia de lo absoluto y, dentro de los "absolutos", el más falso de todos es el de la verdad absoluta.
Les recomiendo volver a leer "Adiós a la verdad" de Gianni Vattimo o volver a mirar (y pensar) el "Duelo a garrotazos" de Goya o sentir vértigo con "Mientras dure la guerra" de Amenabar. Podría ser un buen ejercicio para no tener que estar respondiendo, permanentemente, a falsos dilemas.
¿Con el prior del Valle de los Caídos o con el abad de Montserrat? El primero es un destacado franquista que intenta impedir la exhumación de los restos del dictador. El segundo es un destacado independentista que calló lo abusos cometidos por un fraile en 1970 y terminó pidiendo perdón en 2019.
Sebastián de la Obra
