Esto nunca pasa
A Coruña
Subía por la calle Socorro cuando me encontré con un tipo joven, de unos veintitantos, vestido de negro y con pantalones cortos. Eran las ocho de la mañana de un sábado y la calle estaba desierta, pero ese pequeño detalle no parecía suficiente para acabar con su buen humor. Quizá tenía algo que ver con la botella de whisky que sostenía en su mano derecha. "¡Es mi cumpleaños!", me dijo así, sin más. Le felicité y el levantó la mano, así que chocamos las palmas. Luego me invitó a echar un trago como si fuera un porrón, pero ahí tuve que plantarme. "Tengo que trabajar", me excusé.
Era verdad. Al revés que él, no había pasado la noche de juerga, sino que me había levantado temprano animado por un soplo que aseguraba que la Policía Local iba a irrumpir en un afterhours. Aún así, no había dormido casi nada. Arrastré los pies hasta el local en cuestión y me aposté frente a él. Era un sitio pequeño, en pleno Orzán, con tres o cuatro trasnochadores sentados delante de la puerta. Apareció un vehículo de la Policía Local y, por un momento, pensé que mis expectativas iban a cumplirse pero, como la historia ha demostrado una y otra vez, eso nunca ocurre. La dueña del local, una mujer bajita que frisaba la sesentena, de melena rubia teñida, vestida con un traje con chaqueta rojo, salió apresuradamente y habló con los agentes a través de la ventanilla. Saqué una foto y esperé, pero no pasó nada. La propietaria espantó a los remolones que había delante de la puerta de su local y luego comenzó a intercambiar gritos con la vecina del primero, una mujer de pelo rizado y negro, que amenazaba con bajar ahí y armar un escándalo porque no podía más: todos los días era la misma historia.
Me acerqué y me presenté a la mujer, que me miró con recelo mientras se situaba en la entrada para vigilar que nadie entrara sin su permiso. Al parecer, la presión policial de las últimas semanas sobre sus locales (tenía más de uno) le estaba haciendo mella porque se le notaba la tensión en la voz. Sentía la necesidad de contarle sus penas a alguien y enseguida me confesó que había tenido malas experiencias con la prensa. Asentí, comprensivo porque no era la primera vez que oía algo así: es lamentable, pero la mayor parte de mis colegas carecen de mi sensibilidad. La propietaria me explicó que había sufrido la persecución del redactor de un importante periódico, con el que había tenido un lío que había acabado mal. "Es un borracho y un mujeriego", me confió, aumentando sin saberlo la admiración que sentía por ese personaje. Según ella, había escrito algunos artículos vengativos sobre sus negocios que habían contribuido a su mala fama. Por otro lado, comprendía las quejas de los vecinos pero ¿qué podía hacer ella si la gente se quedaba en la calle delante de su local? Su clientela era gente normal, muchos de ellos camareros de otros locales de ocio nocturno que querían tomar una copa antes de irse a la cama. Nunca pasaba nada.
En eso estábamos cuando salió del local un travesti alto, escuálido, con melena rubia y vestido rosa. En fin, puede que fuera un tipo vestido de mujer, o una mujer con cuerpo de hombre vestido de mujer o incluso en una fase temprana de su proceso de reasignación sexual. O puede que fuera de género fluido. Es difícil de decir a simple vista. Me disponía a preguntarle qué pronombre debía utilizar para dirigirme a él, ella o elle, cuando se dirigió a la dueña del local para quejarse de que "esa zorra" le había golpeado con una botella en la cabeza. Me pareció un insulto muy heteronormativo pero, antes de que pudiera hacer ningún comentario al respecto y ganarme un nuevo enemig@ personal, la mujer obligó al travesti a volver adentro. "Esto nunca pasa", se apresuró a afirmar.
Asentí con cara de póker mientras garabateaba en mi bloc de notas. Ella siguió contándome lo mal que lo pasaba, lo mucho que se esforzaba para que no hubiera problemas, cuando apareció el tipo del cumpleaños acompañado de otro chaval delgado, también vestido de negro, pálido y con barba rala, que intentó entrar. Pero la dueña se lo impidió. "Tú no entras", le informó. El cliente frustrado preguntó por qué, pero la agobiada empresaria no estaba para explicaciones. "Tú no entras aquí y punto", le dijo, o algo parecido. El chaval se fue, pero solo un par de pasos más allá, para reunirse con dos amigos. Parecía que solo estaban decidiendo a dónde ir pero la dueña estaba demasiado tensa con las continuas rondas de la Policía Local como para permitírselo y les ordenó que se fueran de delante de la entrada de su local. El tipo le reprochó que la acera no era suya y luego preguntó: "¿De qué va este tío?", refiriéndose a mí. Me sorprendió porque no tenía la impresión de estar yendo de nada pero obviamente le molestaba mi presencia. Ella le dijo que se marchara. "Lo que voy a hacer es fumar aquí delante". Y comenzó a encender un cigarrillo prácticamente en su cara.
Con una admirable sangre fría, la mujer le arreó un par de bofetones. Zas, zas. "Y ahora, denúnciame"; le desafió mientras el tipo retrocedía, más sorprendido que dolorido. El camarero salió fuera para apartarle de allí, y el cumpleañero también colaboró para calmar los ánimos. La dueña se volvió hacia mí. "Esto nunca pasa", repitió. Subrayé la frase en mi bloc por segunda vez y luché contra el bajón que me suele producir la falta de sueño y de titulares. A diferencia de los clientes de aquel local, no disfruto yendo de bares a las ocho de la mañana y a diferencia de la dueña, a mí me gusta que las noticias sean impactantes, con fotos espectaculares y declaraciones desgarradoras. En primicia, a ser posible. Pero eso nunca pasa.




