Sociedad
El Estilita

Yo, Abascal

A Coruña

Ojeé el reloj. Eran las dos y media de la madrugada del día siguiente al Pilar, o el Día de la Hispanidad, según las preferencias de cada cual, y yo estaba apostado en una farola en los jardines de Méndez Núñez. Bostecé. Delante de mí había lo que parecían cientos de veinteañeros consagrados a la intoxicación alcohólica. Estaban sentados en los bancos, en las gradas de Concepción Arenal, en torno a la fuente. Por todas partes había bolsas de plástico con las que jugaba el viento y botellas vacías o a medio vaciar. Charlaban, reían, ojeaban sus móviles, paseaban, orinaban entre los árboles. Todo, bajo la atenta mirada de la Policía Local.

La alcaldesa había decidido eliminar el botellón de los jardines de Méndez Núñez, una tarea que había espantado a alcaldes con más mayoría y, todo hay que decirlo, con más testiculina, por lo menos a priori. Pero Rey había demostrado desde hacía semanas que estaba dispuesta a usar a la Policía Local para mantener el orden. No había conseguido contentar a los vecinos de la zona, que estaban hartos de no pegar ojo los fines de semana, pero sí había conseguido molestar a los hosteleros propietarios de los locales de ocio nocturno, que habían comenzado a agruparse en una asociación para defenderse de lo que consideraban un acoso por parte del Ayuntamiento. Y ahora, había decidido acabar con el botellón y su interminable sucesión de chavales que habían decidido que mantener la verticalidad era uno de los desafíos propios de la madurez, así que, por primera vez, había enviado un dispositivo de vigilancia, a un par de patrullas, de la Policía Local para incomodar a los chavales.

Desde donde yo estaba, no parecía que la presencia policial les desanimará más que quedarse sin hielo para los cubatas. El único incidente digno de mención fue cuando los policías se vieron rodeados por un grupo de jovencitas que trataban de convencerles de que retiraran una multa que le habían impuesto a una amiga suya. Al parecer, se había puesto un tampón en público lo que, además de poco decoroso, contravenía las ordenanzas municipales. La infractora en cuestión lloraba asegurando que no tenía dinero para la multa. Pero los policías parecían inmunes tanto a las lágrimas como a las palabras.

Aquello era aburrido, y estaba pensando que estaba malgastando mi tiempo y, de una forma más general, mi vida, cuando apareció de forma imprevista una chica joven, rubia y guapa, que me abordó con una sonrisa encantadora. O quizá un poco achispada. Creí que me iba a preguntar la hora pero no. "¿Eres Santiago Abascal?". Me quedé de piedra. Después de un rato recuperé el habla y respondí que no, que no lo era. "Eres igual que él", me aseguró. Todavía muy confuso como para improvisar una de las respuestas ingeniosas que me caracterizan, me limité a responderle que era la primera vez que me decían algo así. "¿Puedo sacarte una foto?". Traté de hacerle ver que no tenía mucho sentido, ahora que ella sabía que no era el líder de VOX. "Da igual, te pareces mucho", insistió. En parte porque aún seguía confuso, y en parte porque soy muy sugestionable a las chicas guapas, dejé que la chica se sacara un selfie conmigo. Pude distinguir en la pantalla de su móvil, fugazmente, mi expresión empanada.

Pensé que todo había acabado allí pero, como me pasa a menudo, me equivoqué. Tras obtener su trofeo digital, la chica me dijo "Clica aquí", mostrándome su muñeca adornada con una pulsera de la bandera española. Obedecí mecánicamente, chocando muñeca con muñeca, lo que provocó un grito de alegría de la joven patriota, que se fue cantando "Viva España, viva el rey/ Viva el orden y la ley". Contemplé cómo se alejaba hacia Los Cantones mientras yo le daba vueltas a aquello: a pesar de que creo que soy el único periodista coruñés vetado por VOX por un comentario que hice en mi blog, no les guardo ningún rencor. Tampoco siento ningún complejo hacia la bandera española o a la historia de mi país, aunque no comparto esa necesidad de glorificarla tan propia de los votantes de VOX, que parecen dispuestos a chuparle los muñones a Blas de Lezo. Pero, aunque ese partido es lo suficientemente de derechas como para hacerme sentir incómodo, después de que aquella noche me niego a aceptar que el de Abascal sea el rostro del fascismo.

 
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