San Pablo y dos millones
Rafael Benítez Toledano

Jerez de la Frontera
Si mañana me tocaran, un poner, dos millones en la primitiva, me compraría la calle San Pablo desde la casa de Emilio Martín Hidalgo hasta el escaparate diletante de Antolin. Y acto seguido devolvería a principios de siglo, cuando yo era vecino, ese trozo de San Miguel, que es un jacuzzi de vino con espuma de cerveza y un gimnasio para la sin hueso.
Con el pico que suele rematar estos premios, calderilla al fin y al cabo, también me compraría un enemigo entrañable, un rojo patanegra como aquel Juan Romero de mis entretelas que me auguraba un trabucazo en la barriga. También alquilaría un Cosano vociferante para las azoteas.
Saliendo de la firma en notaría le devolvería la salud y la tasca al Lolo, y que no falte, además, un filtro anti chinos desde Las Banderillas hasta el Bar Alegría.
Después, con tiempo y barra libre, decoraría la calle como quien dispone un Belén laico con la tropa de aquellos años: bajo el portalón del tabanco del niñO Jesús un matrimonio insultándose, un estanquero gourmet, unos Reyes magos con toga y despacho, unos sindicalistas pastoreando, y un curita grande y misacantano, como el ángel anunciador de la epifanía alcohólica que nos espera.
La calle San Pablo me recuerda aquel verso de no caigo ahora quien.
Dibujaba el paraíso un poema de Lowry bajo la forma de taberna en donde eternamente fían.
¡¡Qué cerca están infierno y paraíso!!




