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Juan A. Palacios

'Jugar con fuego'

Demasiadas veces jugamos con fuego, y creemos que de la misma manera que todo lo pueden regular los mercados por sí mismos, también los robots o los perfiles de la redes pueden terminar sustituyéndonos a las personas

La firma Juan A. Palacios, "Jugar con fuego2

La firma Juan A. Palacios, "Jugar con fuego2

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Algeciras

Demasiadas veces jugamos con fuego, y creemos que de la misma manera que todo lo pueden regular los mercados por sí mismos, también los robots o los perfiles de la redes pueden terminar sustituyéndonos a las personas.

Queremos ser lo mismo y lo contrario a la vez, y como aquella serie de Chicho Ibáñez Serrador, vivir "Historias para no dormir" y hay quienes juegan con fuego en una especie de danza entre mágica y diabólica, y descubrimos que cada día se incorporan a nuestro lenguaje oral y escrito nuevas palabras.

La construcción de cualquier lengua es un proceso largo y complejo, de defensores y estafadores de nuestra expresión. A todo el mundo, se le puede ir la olla en algún momento, y todos tenemos conocidos e incluso amigos que les gusta jugar con fuego, y se les va en cuanto alcanzan el poder.

Pero en este comentario de la firma les voy a contar un pequeño relato, que lo mismo podría ser una ficción que una noticia de nuestros informativos. Érase una vez un modesto camionero, que debía echar muchas horas para sacar a su familia adelante.

De pronto comenzó a gastar a manos llenas, coche de alta gama y un casoplón, con todo tipo de lujos, que delataban que aquellos ingresos ni eran normales, y su procedencia apuntaba a un origen dudoso e ilícito.

Ya se había vuelto tan catetamente exquisito, que ni desayunaba ni cenaba, sino que hacía "brunch", y en ese deseo de incorporar vocablos nuevos al lenguaje, se pasaba el día con su móvil de última generación mesajeándose con sus colegas.

Era un friqui con vocación de chorizo, que siempre tenía a mano un zasca en cualquier disputa verbal, o una bordería para quien se cruzara en el camino. Le encantaba el rap y recorría España de punta a punta para comprar todo aquello que le gustaba aunque no le sirviera para nada.

Llegado este punto, la historia estaba dispuesta para finalizar de forma dramática. Uno de estos días, iba por la ruta habitual, le paró la Guardia Civil, le mandó abrir el camión y allí estaban las razones de su tren de vida en forma de paquetes repletos de hachís, hasta un total de 5.000 kilos.

Se había puesto de manifiesto lo que era un secreto a voces, ni le había tocado la Primitiva, ni había heredado de una tía del extranjero, sino que se había convertido en un traficante más, que no le importaba jugar con fuego y con la salud y la vida de tantos y tantos que caían en la maldita adicción de la droga. Uno más, que ya estaba fuera de circulación y entre rejas y un aplauso más que había que darles a los movimientos antidroga y a todos los agentes de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y la Agencia Tributaria.

 
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