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Emy Luna

'Llueve'

Llueve. Tras de los cristales llueve y llueve. Las gotas caen sobre el pretil de la ventana y cuando el viento arrecia, chocan con fuerza contra ella creando una música monocorde que engancha

Firma Emy Luna, "Llueve"

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02:12

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Algeciras

Llueve. Tras de los cristales llueve y llueve. Las gotas caen sobre el pretil de la ventana y cuando el viento arrecia, chocan con fuerza contra ella creando una música monocorde que engancha. Detrás de mí, los platos de la cena aun sin recoger y la aspiradora esperándome en un rincón. Son días de mucho trabajo en la cocina, pero no me resigno a abandonar el placer extraño de ver cómo llueve. La lluvia forma parte de ese álbum de recuerdos que todos guardamos de nuestra vida y nos hace viajar en el tiempo, situándonos como por arte de magia en la infancia, con sus lluvias pertinaces y continuas. Envolventes y nostálgicas. Alejadas de la ira con que la nos castiga en los últimos años. Antes cuando éramos pequeños, nuestras madres decían que llovía porque la Virgen estaba llorando. Ahora no es la Virgen. Es la misma Naturaleza la que, más que llorar, atrona y descarga su ira todopoderosa contra nosotros.

En medio de estas reflexiones alguien enciende la televisión a mi espalda. Intento no escuchar pero es imposible. Como si la maldad de las noticias con las que nos hiere, pudiese atravesar sin pudor nuestra voluntad. En la pantalla, alguien, mientras descubre las tuberías de una vivienda, nos cuenta donde están los restos de la última joven descuartizada. Me tapo los oídos y miro al bar Coruña. Hoy nadie tomará café ni charlará con sus amigos, como todos los días. Oigo gritos, vuelvo la cabeza hacia la televisión y observo gente gritando desesperada a las puertas de una comisaría. Es el chicle que, minutos más tarde colaborará con la policía para reconstruir la escena del traslado del cuerpo de Diana Quer. Antes de darme la vuelta asqueada, sus ojos sonríen a la cámara mientras tira de los brazos de la policía que se ha prestado a hacer las veces de la víctima.

Me giro y doy la espalda con desprecio a la televisión. Antes me gustaba saber cómo iba el mundo, nuestro mundo. Ahora, mi mundo cada vez reduce más su contorno y se circunscribe a lo que me rodea de manera más íntima. Más cercana. Apenas escucho ya las voces de los participantes en la tertulia. Gritan. Están al límite del insulto en un intento de enganchar a los espectadores con este recurso. Listas de detenciones de narcotraficantes, de corruptelas políticas al más alto nivel salpicado todo con imágenes de niños a los que miden el perímetro de sus brazos que no es mayor que el de un fuet catalán. Es difícil describir lo que muchos sentimos ante lo que pasa a nuestro alrededor porque hay un abismo entre la realidad y la palabra. El mundo es uno y la palabra sólo es un intento de aprehender esa realidad. Sigo mirando a través de la ventana y llueve. Tras de los cristales, llueve y llueve.

 
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