'Amartillando palabras'
Ahora que se ha puesto de moda vivir como propios los miedos de otros, o sus fantasías, o directamente sus mentiras, hay un arma letal por definición que, cada vez con mayor riesgo, se usa por muchos para incitar a los más débiles de mente y espíritu a vaciar sus odios contra "el otro", sea quien sea ese "otro"
La Firma de Paco Rebolo, "Amartillando palabras"
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Algeciras
Ahora que se ha puesto de moda vivir como propios los miedos de otros, o sus fantasías, o directamente sus mentiras, hay un arma letal por definición que, cada vez con mayor riesgo, se usa por muchos para incitar a los más débiles de mente y espíritu a vaciar sus odios contra "el otro", sea quien sea ese "otro".
Y es que es fácil hablar de la indignidad de aquel que usa las pistolas para imponer su sinrazón, y pensar en el ruido ominoso de un arma de fuego al ser amartillada porque es sinónimo de muerte y desolación, de triunfo del animal salvaje que llevamos dentro.
Pero, bajo mi punto de vista, hay otro ruido más siniestro aún y es el de las palabras amartillándose, distorsionadas para un uso infame de las mismas, para la manipulación, para el engaño, para intereses disfrazados de generales cuando no son sino fruto de un egoísmo insano, de un ansia de poder fuera de lugar en una sociedad que se dice moderna.
Cada vez que salen esos líderes carismáticos de verborrea fácil cambiando el sentido de un discurso lógico, contestando lo que le sale de las narices a preguntas concretas y si se las reiteran decir que ya han contestado, me sube la bilis. Y si añadimos las expresiones faciales, ésas que dicen más que las palabras, ya podemos asustarnos y mucho; expresiones crispadas, forzadas, de odio, de reto, de genitalidad absurda como referente de las actuaciones cuando lo que se espera de una persona así es una actuación meditada, calma, profunda en reflexiones.
Y el drama cuando se amartillan las palabras es que siempre hay un ejército de gente sin alma dispuesto a amartillar a la par las pistolas, las de verdad, para cumplir esa voluntad que entienden divina cuando no es sino la expresión de un ser abyecto.
Cuidado con esos adejtivos malgastados para el desprecio, con esas descripciones absurdas y falaces, con el desdén con que se habla del otro, porque cada vez nos parecemos más a los hooligans que diferencian entre buenos y malos por el color de la camiseta del que tienen enfrente porque, a lo que se ve, si eres de un equipo estás cargado de maldades y si es del contrario, solo bondades adornan tu espíritu. Y si se mata por algo tan absurdo como eso, imaginemos lo que puede hacer una palabra soltada a destiempo, una insinuación mal traída, un verbo fuera de lugar cuando no una mentira descarada disfrazada de fina ideología que los de enfrente, que siempre son los malos, quieren tumbar para hacernos volver al llanto y el crujir de dientes.
No hay ninguna guerra que haya empezado sólo con armas, detrás siempre ha habido un mago de las palabras, un vendedor de ideologías y distorsionador de la verdad. Y recordemos que un arma mata por la mano del que la porta, pero muchas armas matan por el que incita a usarlas.