Campo, tierra callada
Crónica política de la semana
Úbeda
No hemos querido darnos cuenta de que nada es por casualidad, que la macroeconomía lo engloba todo y que nosotros en esa suma totalizadora somos el eslabón más frágil de la cadena. Campo, campo, ay, don Antonio Machado. El campo, abandonado a su suerte -la suerte de unas despiadadas leyes del mercado que no entiende-, ocupa, sólo por unas horas, desesperado, vaciado de contenido y de sentido, la urbe, donde se resumen y se subsumen todos sus males.
El campo, la producción, que es nuestra razón de ser y estar, la esencia que nos sostiene y por cuanto todavía permanecemos, firmes y dignos, clama esta mañana de lunes en la plaza -en el desierto de asfalto, hormigón, piedra, fibra óptica y solidaridad impostada, que, en resumidas cuentas, es la antítesis del mundo armonioso que persigue el sueño ecologista de la sostenibilidad- en favor de una esperanza cada día más vana.
Dice bien el paisano José Luis Villacañas, adalid del pensamiento crítico contemporáneo en nuestro país, cuando recuerda que el imperante sistema económico de escala está empeñado en convertir al campo en una gran industria agroalimentaria desprovista de alma, que genere masivamente recursos en dirección a los grandes núcleos de población sin necesidad de conservar modos de vida en comunidad con los que nacimos y crecimos en el ámbito rural. La gente concentrada en las ciudades consumiendo unos alimentos que producen unas explotaciones agrarias deshumanizadas, plagadas de naves, invernaderos y plantas de envasado, y contados jornaleros y técnicos cualificados que sólo acuden al campo a trabajar, como el que va a una fábrica, a una mina o a una planta petrolífera en mitad de la mismísima nada.
En los olivares que conocemos ya casi no quedan cortijos ni familias enteras, propietarias o asalariadas, laborando la tierra de sus antepasados. En los olivares de Jaén del siglo XXI nos hemos convertido en esclavos de la mecanización, la fertirrigación, las atrias y la producción integrada, y si no desarrollamos en toda su dimensión el intensivismo es porque el relieve geográfico no nos lo permite, por más que hayamos aprehendido hace tiempo su filosofía a través de gurús que nos comieron el coco con sus teorías económicas maximalistas acerca del mayor aprovechamiento a través de la racionalización de costes.
Esos lobbies de la transformación del modelo de cultivo, que proclaman en Jaén la oportunidad, allá donde se pueda, de arrancar olivar tradicional de la variedad picual en pos de universalizar setos de hojiblanca y arbequina, a la postre, mucho más rentables. Pero un olivar que deja de ser social no puede aspirar a que la sociedad en su conjunto se tire a la calle a defender con uñas y dientes aquello que dejaría de sentir suyo.
Ha llegado la hora, pues, de desenmascarar a tanto farsante que dice hablar en nuestro nombre. A esa industria envasadora, por ejemplo, que compra este año graneles de lampante a tutiplén y comercia con los gigantes de la distribución plusvalías menguantes sin escrúpulos, primando magnitudes sin importarle un bledo la caída de la unidad de precios en origen, y a la que tampoco se le caen los anillos por importar partidas de aceite de oliva que salven los aranceles estadounidenses. Vender el kilo de picual de Jaén, la base de cualquier refinado, el oro verde que nos distingue del resto, a menos de 2 euros en los mercados internacionales, es un crimen imperdonable.
A los colonizadores del sistema de molturación de línea continua italiana, alemana y francesa que, en los infaustos 90, hicieron desaparecer de la faz de esta provincia los últimos reductos de fabricación autóctona, y que hoy alardean de los despampanantes resultados que arrojan las experiencias de superintensivismo latifundista, con almazara incorporada, en zonas históricamente no productoras de Andalucía, Portugal, Magreb u Oriente Medio.
A los políticos que no nos representan en Bruselas, sencillamente porque no son –ni se sienten- de los nuestros, y defienden sin convicción el sostenimiento de la ficha presupuestaria de España en el marco de una nueva PAC, de antemano, diezmada por la salida británica y el recelo común de los principales contribuyentes de la UE. El recorte del 14 por ciento, que ya se baraja, podría tener consecuencias calamitosas para una oleicultura tradicional que, a pecho descubierto, en la actual coyuntura, sólo lograría mantener el pulso con respiración asistida.
Aun así, pese a todo, pese incluso a nosotros mismos, hoy toca, de 10 de la mañana a 12 del mediodía, llenar la plaza de cada pueblo de Jaén con la plegaria mariana del tiempo detenido, y que nos quedemos como estamos para seguir siendo lo que siempre fuimos, amado Miguel Hernández: “Tierra callada, trabajo y sudor”.