La renuncia

Córdoba

Si no llena, la vida está salpicada de renuncias. Y hay temporadas en que los abandonos de aquello que nos atrae o encandila se tornan más frecuentes y numerosos. Las circunstancias mandan. Ahora, en esta cita mundial que tenemos con el coronavirus, todos vamos a vivir en un puro ejercicio ascético de la renuncia.

Desde octubre del año pasado, en que mi marido y yo celebramos las bodas de oro y nuestros hijos nos regalaron unos días de estancia en alguno de los paradores nacionales, guardábamos la ilusión de conocer a fondo una de las ciudades con más historia y monumentos conservados o restaurados. Viaje para el que ya teníamos fecha, en la segunda quincena de este mes de marzo.

Por otra parte, y desde la asociación Genialogías de mujeres poetas de la que formo parte, habíamos proyectado un viaje a Bruselas, a finales también de marzo. Un día completo para visitar y conocer las actividades y programaciones del Parlamento europeo, con almuerzo incluido, para las veintitantas mujeres del grupo. Y otro día, además de los recorridos turísticos, celebraríamos un recital de poesía en la sede del instituto Cervantes de la misma ciudad.

A ambos viajes ha habido que renunciar. En un caso porque comunicaron que se cerraban temporalmente el Parlamento y el Cervantes, y en el otro porque la propia responsabilidad nos dice que es conveniente aplazarlo. Seguramente muchas otras personas, jóvenes, maduras y mayores habrán tenido también que conformarse, como yo, cuando han debido cancelar sus viajes, que incluyen –también– pérdidas económicas.

El coronavirus nos enseña que somos seres contingentes, y que a pesar de los avances tecnológicos, todavía la naturaleza puede generar algo tan terrible como las antiguas epidemias, eso que había pasado a ser sólo una leyenda.