Y Sevilla

Jerez de la Frontera

Cuando yo vivía en Sevilla -Heliopolis, Salado, Otumba, Luis Montoto- yo era demasiado canalla para ser Romero Murube o Juan Sierra, pero no lo suficiente para emular a Manuel Machado.

Además era muy joven, y ocupaba las noches persiguiendo antros, garitos y señoras, y la literatura era el menor de mis anhelos. Para eso ya estaban Felipe y Abelardo. Entonces andaba uno del Blue Moon de «pitito» al Rinconcillo de las 3 P, que en realidad eran 5 ( policías, periodistas, putas, pintores y poetas). De las novias en el Cine Bécquer a las pelanduscas y la Esmeralda en el Florida Show. De los caracoles por San Román al solomillo relleno del Giralda.

Como buen turista permanente y monógamo discontinuo yo trasteaba-entre perplejo y fascinado- novias y bujíos de Triana a la Alameda, d Los Remedios a Nervión: menús de Las siete revueltas, cigalones de La Isla donde comía el cura. Y la vocecita de aquel camarero anciano del Rinconcilo a las tantas de la madrugada, recibiendonos al roteño y a mi: ¿Croquetas y Fino Imperial para mis jóvenes príncipes?