Sociedad
DIARIO DE CUARENTENA

Los abrazos de enfrente

'Diario de cuarentena', de David Perdomo.

David Perdomo / Cadena SER

Las Palmas de Gran Canaria

Ayer viví una de esas situaciones a las que el Coronavirus nos ha obligado a experimentar: hacer cola para entrar en un supermercado. Yo calculo que éramos unas 20 personas. Justo delante de mí, a un metro de distancia, había una señora. Me sonaba mucho su cara y me di cuenta de que era la vecina del edificio de enfrente. Mi calle es estrecha y si me asomo a la ventana del salón veo su vivienda: una casita terrera, antigua y roja. En la azotea tiene varias plantas que cuida con mucho mimo y una zona donde la he visto hacer fiestas con su familia.

Mientras esperábamos para entrar sopló el viento y ella bromeó diciendo "Ay, que me va entrar el virus ahora". Yo le dije que ya sería mala suerte. En ese momento me reconoció, "tú eres mi vecino, ¿no?", me dijo. Y ahí el aburrimiento hizo que empezáramos a hablar. Ella se tapaba la boca con su rebeca durante toda la conversación porque por lo visto se lo había dicho su hija pequeña, tiene otra más. Me contó que estaba llevando bien lo de la cuarentena. Que echaba de menos caminar y más ahora que se había enganchado al chocolate blanco que le solía dar a su nieto. Pero que para moverse tenía una solución: bailar con música de ABBA. La escucha por las mañanas mientras recoge y limpia la casa. Me dijo que se entretiene yendo a comprar, viendo la tele y cuidando de sus plantas. Aunque el momento más especial del día es cuando suena el teléfono.

Supongo que esas llamadas con su familia le darán vida. Lo que más echa de menos mi vecina no son ni sus paseos, ni comprar sin colas, ni su libertad. Lo que más echa en falta es a los suyos, en especial sus abrazos. Me dijo que desde que comenzó el Estado de Alarma, como todos, se ha encerrado en su casa donde vive sola. Lleva ya cinco días sin contacto humano. Sin un beso, ni un abrazo. Sin ver a sus nietos correr o a sus hijas yendo a comer. Nada. La han dejado de visitar, paradójicamente, porque la aman. En ese momento me pregunté cuánta gente estará así. Que aunque tengan familia pasan estos días solos, con la única compañía de la tele, la radio o el móvil. Sin eso que nos hace tan humanos como es el contacto con los otros. Sin esos besos que llenan el alma, sin esas palmaditas en la espalda que animan, sin esos abrazos que muchas veces curan.

Pasarían unos 10 minutos y el vigilante del súper nos dejó pasar. Mi vecina se fue por el pasillo del chocolate, su vicio confesable. Le dije adiós con la mano y que ya nos veríamos por la ventana. Antes del virus me hubiera parecido raro pero me entraron unas ganas tremendas de darle un abrazo. Ahora que no tenemos ese contacto con los nuestros nos hemos dado cuenta de que es un placer que el Coronavirus nos ha arrebatado pero que cuando consigamos vencerle volveremos a disfrutar. Porque tengo la impresión de que todos esos besos y abrazos que no nos estamos dando ahora no se pierden. Simplemente se van acumulando para cuando nos volvamos a ver. Y eso sí que va a ser una medicina que nos hará olvidar esta locura.

 
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