"Recibo a diario mil insultos y no me importa, porque me pongo en sus zapatos. Quieren volver a casa"

Tenerife

Los sindicatos de profesionales aéreos denuncian las duras condiciones de trabajo en tiempos de coronavirus. Muchos de ellos sin mascarillas, sin gafas ni guantes. Sin equipos de protección individual (EPI) ante la aglomeración de los pasajeros en las distintas terminales de Canarias que desean volver a casa.

Desde Lanzarote, el personal de tierra apunta a una desesperación que se contagia entre viajeros y empleados que no encuentran la solución. “La mayoría de las personas que se han quedado tiradas son de otras partes del país, vuelos nacionales, porque Francia, Alemania o Italia sí han mandado vuelos de rescate”, aseguran.

Este jueves entra en vigor una medida drástica para frenar el contagio masivo del Covid-19: la restricción del tráfico aéreo entre el Archipiélago y el resto de España. Los aeropuertos dejarán de operar más de 115 vuelos diarios para reducirlos a 17.

Esta es la carta de una de las trabajadoras:

“La cuarentena me está haciendo efecto, y no por locura o imaginación. La cuarentana me está haciendo darme cuenta de quiénes están y quiénes no. De quién se preocupa. De quién te llama. De quién te quiere.

Pero, sobre todo, me está haciendo efecto y está sacando el lado más humano de mí. Soy de pocos abrazos, de pocos besos, no me gusta el empalague si no es en pareja (y, a veces, ni eso). Pero el otro día todo esto se rompió. Fui a ver a mi amiga a su oficina (las dos trabajamos en el aeropuerto) y, tras unas palabras por su parte, me miró y dudó si abrazarme. Nos abrazamos las dos al mismo tiempo y rompimos desconsoladamente a llorar delante de muchos pasajeros. No nos importó el abrazo porque ya estamos expuestas diariamente en un aeropuerto que no cierra y en el que hay más aglomeración que en el supermercado.

Lo estamos pasando realmente mal, porque es inexplicable nuestro dolor ante tantos pasajeros que se ven aquí, pagando hoteles y comida porque las compañías y el gobierno no ayudan. Gente enferma que necesita sus tratamientos oncológicos, sin medicina; mujeres embarazadas en sus últimos meses que ya corren un riesgo por tantos nervios. Y están aquí, en el aeropuerto, todos pegados buscando soluciones que ninguno podemos dar.

Se me hace muy duro. Y lo volví a descubrir cuando bajaba la persiana de una oficina con lágrimas en los ojos y una pasajera agachó la cabeza para decirme sonriendo: “tranquila, no es tu culpa, ánimo”. Y volví a romper a llorar.

Recibo a diario mil insultos, mil gritos… Me golpean en la oficina, otros hasta escupen. Y no me importa, porque me pongo en sus zapatos. Quieren volver a casa, dónde no gastan el poco dinero que les queda en un hotel y comida (otros no tienen nada y se quedan en el aeropuerto a dormir), pero cada día se les cancelan los vuelos.

Yo no me puedo quedar en casa. Pero ojalá existiera algún milagro para que todos ellos puedan volver a las suyas y yo pueda quedarme encerrada en la mía. Por mi familia y por todos.

A los irresponsables que vinieron hace cuatro días no les voy a dar ni palabras. No las merecen, sinceramente, porque además son los primeros en gritarnos e insultarnos.

Ojalá todo esto sea una pesadilla de la que podamos despertar. Ánimo a todas esas personas, incluso a las que nos han insultado. Yo también lo haría bajo esta incertidumbre.

Ojalá el gobierno actúe de una vez y por lo menos se les dé recursos para poder permanecer aquí… o ir a casa. Estoy rota. Aunque yo tengo a mi familia aquí y mi casa, estoy rota por todos ellos”.