Sociedad
DE PUERTAS ADENTRO

Que nos espere la primavera

La primavera, de Sandro Boticelli. / Cadena SER

Santa Cruz de Tenerife

El año en que se paró el mundo, la primavera llegó y se sintió muy solita... Nos pilló el 20 de marzo con los ojos lejos del calendario. Mirando al horizonte desde los balcones. O más bien, buscándolo, porque llevaba varios días con la línea muy desvaída...

Ni un alma en las calles, en los parques, en las plazas ni en las playas.

Usó los trucos que nunca le habían fallado para llamar la atención. Separó las nubes soplando, en busca de rayos dorados... Desparramó colores sobre el musgo, la hierba, la tierra y el trigo... Despertó a los pájaros para que se lanzasen a cantar...

Pero nada.

Ningún fiestón de estudiantes desbocados; ni un hechizo de equinoccio; ni siquiera un aquelarre chiquitito a orillas del mar...

Sí que oia susurrar por todas partes un sortilegio desconocido: “Coronavirus, coronavirus...” Pero no invocaba al renacer de las flores, ni a la fertilidad de los campos. Aquello no conjuraba a poéticas auroras de dedos rosados; ni a épicas bestias para que saliesen de su letargo.

Algo no cuadraba.

Los pocos saludos que esta pobre primavera recibió en su entrada triunfal venían desde las terrazas y las ventanas de las casas. Cada uno desde la suya. Manos que se agitaban, dedos que señalaban algún brote cercano, alguna sonrisa desanimada... Y con suerte, canciones tarareadas aquí y allá.

A las 7 de la tarde se entusiasmó unos momentos. Estallaron aplausos por todas partes y creyó que la gente había espabilado de golpe. Se desengañó enseguida. “¡Bravo por los que nos cuidan!”, gritaban, “¡gracias por luchar en los hospitales, limpiando y patrullando las calles!”.

Estaba claro que esos vítores no iban con ella. Se deprimió tanto que dejó de empujar el portón con el que había dado en las narices al invierno. Por los resquicios se colaron borrascas y tormentas, el viento arrastró sus lágrimas y llovió sobre las ciudades que la habían olvidado.

Todavía está triste, pero a ratos levanta la barbilla, dándose ínfulas, y manda a gritos al sol que brille.

Y no te rindas, primavera. Nosotros no lo hacemos, ni todos esos a los que nos oyes aplaudir por la tarde.

Espéranos un poco, por favor.

Esta vez no hemos podido salir a tu encuentro, aunque nos morimos por abrazarte.

Pero hasta las bienvenidas tienen que esperar.

Tenemos que quedarnos en casa justamente porque queremos volver a verte. Jóvenes, mayores, medianitos y niños.

Prometemos vestirnos de gala al menos para tu despedida. Pero espéranos, porque queremos ir todos, que no falte nadie.

 
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