Pulp Fiction
Crónica política de la semana
Úbeda
Vivimos instalados en una paranoia de inconmensurables dimensiones. Las certezas de nuestra vida en común se han ido a hacer puñetas por culpa de un virus desconocido, renuente, pendenciero y desconsiderado que, en lugar de constiparnos sin más, en la más triste de las atonías domésticas de paracetamoles e ibuprofenos, y, como en la peor de las pesadillas imaginables por una sociedad moderna, nos ha arrastrado, con una facilidad pasmosa, a la oscura negación de nuestra condición de seres racionales.
Pese al siniestro registro diario de los contagios y de las muertes, asquerosamente publicitado, el goteo ha proseguido su incontenible línea ascendente hacia el paroxismo. Nada se le puede echar en cara a la España blanca de obedientes confinados y arriesgados servidores públicos, todo lo contrario, pero el deplorable espectáculo que están dando las dos Españas negras en los vertederos de internet debería avergonzarnos, por acción u omisión, como pueblo civilizado. “¿Por qué es tan triste madrugar? La hora nos despoja de un don inconcebible, tan íntimo que sólo es traducible en un sopor que la vigilia dora de sueños”, escribe Borges. Y, ciertamente, desperezarse cada día, atrapados en el dislate de la pandemia, resulta descorazonador. La radio en el smartphone ya suena a ficción barata, truculenta y descarnada, a lo Pulp Fiction, antes del primer café de la mañana. Un tercio de los fallecidos eran ancianos residentes en geriátricos. Más de un veinte por ciento de los sanitarios, infectados. Faltan EPIs en los hospitales. Hospitales de campaña, habilitados en pabellones. El Gobierno devolverá los 640.000 test rápidos defectuosos adquiridos en China.
El Ejecutivo paraliza la actividad no esencial del 30 de marzo al 9 de abril… Observo detenidamente los rostros demacrados y apesadumbrados de Pedro Sánchez y Salvador Illa en el último mini pleno del Congreso. Esa inabarcable soledad, esas inmensas ojeras, del uno, de tripas corazón, desde la tribuna de oradores, y del otro, en el banco azul, cara de cordero degollado. Nadie dijo que aquel triunfo electoral fuera fácil, pensarán para sus adentros, pero menos aún que las eventualidades surgidas en el ejercicio del poder requiriesen tamaño prospecto de advertencias y contraindicaciones.
La entereza de Fernando Simón en los primeros momentos contagió a un gabinete que, sin embargo, con el paso de los días y de las penas, sobrelleva su decaimiento con insólita transparencia. Si esta convulsión socio-sanitaria ya habría erosionado la más sólida y solvente trayectoria en la gestión de lo público, ¿imaginan el efecto devastador que pueda tener este cataclismo en la valoración ciudadana de su clase política, en general?
Para más inri, en plena cuaresma de la nueva PAC, crece desmesuradamente el euroescepticismo entre los nuestros como consecuencia de la decepcionante respuesta de los contribuyentes ricos del norte a la angustiosa y cortoplacista demanda de recursos comunitarios para hacer frente a la pandemia por parte de los acostumbrados pedigüeños del sur. “Re-pug-nan-te”, silabeaba indignado en nuestra defensa el hermano portugués, el primer ministro Antonio Costa, en respuesta al ministro neerlandés de Finanzas que sugirió una investigación a España por no tener capacidad presupuestaria suficiente para contener el coronavirus.
Otro de los innumerables mitos, el europeísta, que se cae del imaginario de un país al que, así las cosas, no salva del tortazo subsiguiente ni su pertenencia subordinada al G-20 ni la hipócrita pose altruista de su timorato Ibex 35.
Y, de esta guisa, esta tarde-noche, a las 8, volvamos a tirar de orgullo por ventanas y balcones, de himno y bandera, para homenajear a los homenajeables y cantar las cuarenta, por enésima vez, a la cuarentena.