Europa, Europa
El rapto de Europa, de Giovani Lanfranco. / Cadena SER
Santa Cruz de Tenerife
En cada familia, cuando está al llegar un bebé, se abre el debate del nombre. Las discusiones más o menos encarnizadas sobre si el respeto a la memoria del tatarabuelo debe llegar tan lejos como para llamar Eustaquio a un pobre chiquillo indefenso.
La criatura tendrá que cargar toda la vida con el nombre y sus implicaciones, por lo que el asunto no es poca cosa.
Pero no nos apresuremos a sumar dos y dos...
¿Quién no ha conocido a un individuo llamado Ángel y a los pocos días ha pensado “¡madre mía, pues será uno caído!”? O a alguna Angustias a la que se le cae el cuajo.
Aunque los nombres pueden marcar, muchas veces significan muy poco.
Si no se han topado con sus propios Ángeles o Angustias, no tienen más que pensar en la Unión Europea.
Si el equivalente en el Viejo Continente de los padres fundadores se hubiera puesto sentimental y hubiese bautizado al invento (un poner) Hermanos Europeos, la cosa se explicaría.
Ya se sabe, los celillos, las envidias, los rencores... Que si estás todo el día de fiesta, que si te gastas el dinero de la hucha en chocolate, que si eres muy hippie y te estás convirtiendo en un auténtico PIG... Lo normal en todas las casas.
Pero claro, le pusieron Unión y uno se esperaba otra cosa. Nos llamaron a engaño con impudicia.
Cuando llegó la hora de la verdad, todo se convirtió en suspicacias y miradas de reojo. Eso de Unión eran palabras mayores y, francamente, bastante vacías. Se cubrió el expediente de aquella manera y más bien tirando de la máxima eterna: “Allá cada cual que se las ventile”.
Con esta distopía real que nos ha tocado vivir, la hora de la verdad vuelve a fijarse en el reloj. Un bichejo microscópico, mortal y destructivo nos acecha a todos pero no nos une. Nos asusta, pero cierra fronteras físicas y cohesivas. Ha matado al mismo tiempo la solidaridad entre países que a sus habitantes.
La buena noticia es que la dureza de la situación es tal que ha comenzado a calar la idea de que vivimos como en tiempos de guerra. Que debe ponerse de nuevo en marcha la Alianza. Con todo lo que implica. Los pasos al frente son todavía forzados y hasta titubeantes. Pero se van dando.
Quizá el acuerdo para amparar desde un cofre conjunto a los millones a los que el virus roba el pan y la sal logre hacer de la Unión algo más que un título hueco. Tal vez aún seamos capaces de demostrar que Europa no es solo esa desnuda muchacha a la que llevan siglos intentando raptar.
