Sociedad
CORONADIARIO

La reacción del empresariado turístico canario

Marta Cantero escribe una nueva página de su "Coronadiario"

Coronadiario / Archivo

Las Palmas de Gran Canaria

La seguridad ha sido una de las fortalezas históricas de Canarias. La seguridad en toda su extensión. No sólo por la baja incidencia de delitos y el aún menor riesgo de atentados, en comparación a otros destinos competidores que los sufrieron y perdieron por ello su liderazgo. También la seguridad alimentaria y sanitaria, con unas infraestructuras y servicios de primer nivel, han sido una marca del destino.

Ahora todo ha cambiado: ya no hay destino inmune a una epidemia. El coronavirus lo ha puesto en evidencia. Y aún sí las Islas podrían tener la oportunidad de coger una buena posición cuando llegue la remontada. En primer lugar por la baja incidencia de la enfermedad, al menos durante esta primera ola. Y en segundo, porque un desconfinamiento bien controlado podría reforzar su imagen como destino seguro. Y en ello trabaja el Gobierno de Canarias, como el de Baleares, para que sus puertos y aeropuertos sean los últimos en recuperar la normalidad. Blindando así aún más el aislamiento preventivo del Archipiélago.

Con esta expectativa trabajan ya las instituciones desde el punto de vista promocional, sabiendo además que la prolongación del cierre aéreo y portuario al turismo internacional obliga a poner las esperanzas de reactivación en el turismo local. Y tras él, en el nacional en una segunda fase.

Otra cosa es el modo con que viene afrontando este enorme desafío el empresariado turístico. Hay reacciones para todos los gustos. Algunos mantienen la moral alta y se muestran optimistas. Argumentan que el volumen de reservas para julio y agosto es “importante e incluso superior al volumen de cancelaciones". Otros, sin embargo, no terminan de reaccionar tras el shock que ha supuesto el inimaginable ‘cero turístico’. Y contra-argumentan que, dado que todo depende de la evolución de la crisis sanitaria, esas previsiones son irreales. Sin caer en que el mismo argumento puede aplicarse a sus malos augurios.

Siempre me han parecido excesivamente estridentes nuestros grandes empresarios turísticos a la hora de defender sus intereses. La que montaron por la subida de medio punto del IGIC fue, como demostraron las cuentas, absolutamente exagerada. Aquello iba a ser ‘el acabose’… y llegaron siete años consecutivos de vacas gordas. A millón de turistas más por año. Se forraron como nunca.

También sus aspavientos para acabar con un competidor incómodo, las viviendas vacacionales, fue de traca. Hasta el punto de que los órganos de control del mercado terminaron poniendo en evidencia que a lo que aspiraban era a seguir lidiando en plaza, pero sin toro.

Ahora, salvo honradas excepciones, vuelven a poner en evidencia que el tremendismo no es más que un arma con la que salir a dar cualquier batalla. En esta ocasión, renunciando por vez primera a su bandera, el liberalismo económico, para reclamar que sea el Estado, y solo el Estado, el que asuma los costes sociales de este mazazo. Bastante tienen ellos con tener que destinar los cuantiosos beneficios de los últimos años a mantener sus negocios, ahora cerrados.

Luchar para que la economía no se hunda es tarea de todos. Del Estado por supuesto. Pero también de quienes han amortizado con creces sus inversiones. A partir de octubre-noviembre se va a abrir una monumental competición en el mercado turístico mundial entre los destinos con más posibilidades de remontar. Es conveniente que, como decía Picasso respecto a la inspiración, ese momento coja al gran empresariado turístico canario trabajando. Y no lamentándose. Son ellos, como ningún otro ciudadano, quienes están en mejor posición para dar ejemplo de entereza. Entereza personal y económica.

 
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