Sociedad

"Lo que tienen en común un paseo familiar, un huerto desatendido y un funeral sin celebrar"

Corremos el riesgo de que unas normas precipitadas y sin coherencia entre sí dejen de ser respetadas por una población que no entiende su sentido ni se siente implicada en el objetivo que pretenden

"Lo que tienen en común un paseo familiar, un huerto desatendido y un funeral sin celebrar"

"Lo que tienen en común un paseo familiar, un huerto desatendido y un funeral sin celebrar"

Aranda de Duero

Suele pasar que lo más necesario en cada momento es lo más difícil de alcanzar. Eso nos está ocurriendo. En la ceremonia de la confusión en la que nos encontramos, con la incertidumbre que provoca una realidad inédita y sin antecedentes recientes, más que nunca es conveniente el sosiego. Y es lo que más nos cuesta a todos. Porque se nos acaba la paciencia para resistir sin salir, confinados en unas decenas de metros cuadrados. Porque nos ataca la ansiedad cuando queremos encontrar respuestas que no existen sobre qué va a pasar (qué va a pasarnos) en la próxima etapa. Porque nos gustaría que hubiera alguien que tuviera todas las respuestas a nuestras preguntas. Y no acabamos de admitir que no las hay. Todavía no las hay.

Tampoco parece que en medio de esta situación algunas de las medidas que adoptan nuestros dirigentes se estén tomando con ese necesario sosiego. Hay casos en los que la precipitación las hace ineficaces incluso antes de que se apliquen. Y ambas cosas, la ansiedad de la ciudaanía y la precipitación de unas medidas mal diseñadas, confluyeron en el primer día en el que los menores de 14 años podían salir a la calle.

Vaya por delante que hay una evidente responsabilidad personal en respetar las normas y en hacernos cargo los unos de los otros. Ser cívicos, en definitiva. No hay policía suficiente para controlar a cada ciudadano. Pero esa responsabilidad se basa, en parte, en entender la importancia de cumplir las normas. Entender que los mayores son más vulnerables y no deben estar cerca de personas, o personitas, que a pesar de no estar enfermos pueden transmitir la enfermedad. Entender que la mejor manera de frenar la enfermedad y salir cuanto antes de ésta es evitar el contacto, mantener las distancia, extremar la higiene. Entender que ahora mismo, como nunca, todos dependemos los unos de los otros, que por muy bien que lo hagan la mayoría, unos pocos que rompan la disciplina son suficientes para dar al traste con los conseguido.

Comprender el sentido de la norma es importantísimo para respetarla. Por eso el problema es cuando la norma tiene incoherencias, bien porque se ha emitido desde la precipitación, porque se ha dictado doblegándose a la presión popular y no de los expertos, o porque se han tomado medidas viviendo en una realidad paralela, sin tener en cuenta que Madrid no es Fuentespina, ni Aranda de Duero es igual que Hoyales de Roa. Porque en este caso concreto En sitios con gran concentración de población y pocos espacios de esparcimiento ¿Quién marca los trayectos y el ritmo de paso para evitar las aglomeraciones? ¿Por qué una hora, y no hora y media? ¿Por qué tres menores y no cuatro o aquellos de los que se componga la unidad familiar? ¿Cómo controlas, por ejemplo, que todos los niños y niñas de un barrio no salgan al mismo tiempo? ¿Quién da la vez? Si una norma no se puede o no se sabe aplicar, quizá es mejor dejarlo estar. Ser valientes para arriesgarse a lo que pueda pasar si se abre la mano o tener el coraje de seguir restringiendo pese a las presiones.

Cuando la población percibe incoherencias en una norma se le hace cuesta arriba respetarla: ¿por qué los niños pueden ir de tres en tres y con un adulto y hasta en un kilómetro a la redonda, y yo, solo, sin cruzarme con nadie en el pueblo, no puedo acudir a la huerta o al corral de mis gallinas que están a veinte metros de mi casa? ¿por qué, si padre y madre lleva 43 días durante 24 horas conviviendo con sus hijos no pueden salir juntos a la calle, respetando las distancias con los demás? O se explican y se afinan un poco mejor las nomas o la complicidad mayoritaria que hasta ahora había mostrado la población en este severo confinamiento puede debilitarse peligrosamente.

Y no hay nada malo en rectificar, algo que tendremos que aprender a admitir los ciudadanos y ciudadanas sin rasgarnos las vestiduras. En estos tiempos de incertidumbre nuestros políticos, que no son infalibles y están pisando territorio desconocido e inhóspito, tendrán que rectificar muchas veces. De hecho se me antoja que algunas rectificaciones están tardando demasiado en llegar. Porque si la salida de los niños a la calle ha sido impulsada por la inmensa (y legítima) presión ejercida por millares de padres y madres, se olvidan otras situaciones en las que la relajación de la medida es igual o más necesaria, pero afecta a una minoría silenciosa y doliente: la de los familiares que no pueden despedir a sus seres queridos fallecidos, obligados a elegir qué tres personas pueden asistir a su último adiós. No se sostiene seguir manteniendo esta medida en lugares abiertos como son los cementerios, donde las medidas de protección y de distanciamiento pueden cumplirse mucho mejor que en un supermercado ¿Cuántos son, como máximo, los familiares de primer grado de un fallecido? ¿Ocho, diez? Muchos menos de los que hay en un supermercado. Muchos menos de los que han salido a la calle en un mismo paseo peatonal estos días y con más facilidad para cumplir las normas de distanciamiento.

Es una crueldad seguir manteniendo esa norma que traerá consecuencias dramáticas. El duelo es un proceso esencial para evitar arrastrar más sufrimiento del infligido. Y la medida que lo limita tiene difícil justificación comparándola con otras normativas más relajadas y con mayor impacto potencial.

Así que vamos a aplicar el sosiego como medicina social y política imprescindible en estos tiempos. Nos hace falta a cada uno de nosotros para hacernos cargo de nuestra responsabilidad. Pero también para que quienes toman decisiones que nos afectan a todo tengan tiempo para pensar en sus consecuencias reales y no las que sucederían en el mundo ideal que solo existe sobre el papel.

Elena Lastra

Elena Lastra

Redactora jefe de la Cadena SER en Aranda y presentadora de 'Hoy por Hoy Aranda'

 
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