Un hospital en la calle Troya durante la peste de 1647
La epidemia de peste más letal sufrida en València fue la de 1647. Su virulencia fue tal que fue necesario construir cinco morberías extramuros de la ciudad, una de ellas en el conocido como camino de Troya

Luis Fernández, callejeando por la calle Troya
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Valencia
Aunque ahora nos parezca algo inaudito en pleno siglo XXI, las enfermedades y las grandes epidemias han estado presentes secularmente en la historia de la civilización desde tiempos inmemoriales, y su virulencia ha condicionado el desarrollo de las distintas sociedades que las han padecido. Una de las enfermedades infecciosas más letales y sobre la que más se ha escrito ha sido la peste, que en el continente europeo hizo estragos en sucesivas oleadas sobre todo entre los siglos XIV y XVIII. En València el brote más virulento tuvo lugar en 1647 y tenemos un gran conocimiento de cómo transcurrió aquel episodio gracias al testimonio contemporáneo que fray Francisco Gavaldá dejó plasmado en una completísima memoria.
Gracias al informe de Gavaldá sabemos que la epidemia llegó a la Península a través de nuestra ciudad, que en ese momento estaba atravesando una gran crisis social y económica causada, entre otras cosas, por las malas cosechas y por la expulsión de los moriscos (1609). En este contexto, con una población maltrecha y desnutrida, la bacteria Yersinia pestis encontró el caldo de cultivo perfecto. Las primeras muertes reconocidas por peste se produjeron a primeros de junio en el poblado de Russafa y en apenas dos meses ya se había extendido por toda la ciudad. Como era habitual en aquella época ante este tipo de situaciones, las primeras actuaciones fueron el control de entrada de forasteros, el destierro de prostitutas, la recogida de vagabundos, la limpieza de la ciudad y el nombramiento de un médico asistente para visitar a los enfermos. También se decidió sacar a los enfermos del casco urbano, ubicando las morberías extramuros, habilitar carros para el transporte de muertos y enfermos, quemar la ropa que había estado en contacto con ellos y marcar con una cruz la puerta de sus casas.
Las cinco casas del morbo creadas por la Junta de Sanidad fueron repartidas por las afueras de la ciudad: en el arrabal de Morvedre, en Patraix, en Arrancapins, en l’Hort d’Arguedes y en la Casa de Troya. Esta última, la más importante, se mantuvo activa hasta que se dio por erradicada la epidemia en octubre de 1648 y se ubicó en el conocido como camino de Troya, que no era otra cosa que una antigua senda que partía del camino de Sant Vicent y se dirigía a la finca de los Condes de Casal, cuyos jardines y huertos eran famosos más allá de nuestras fronteras. En la misma entrada al recinto solariego había un hermoso laberinto, y en su centro una reproducción de la ciudad de Troya, nombre que sirvió al vulgo para denominar al camino de acceso y que finalmente la tradición ha mantenido hasta nuestros días como calle de Troya.
La Casa de Troya –o de la Troya- se hizo famosa gracias a Francisco Gavaldá y su memoria sobre la epidemia de peste de 1647 que segó la vida de alrededor de 20.000 personas en la ciudad de València, uno de los capítulos más funestos de nuestra historia. La actual calle Troya, entre las de Sant Vicent y Cervantes emerge en la actualidad como testigo de aquella época donde apartados parajes extramuros de la ciudad acogían los hospitales provisionales para cobijar a los apestados. Sirva hoy su rótulo para perpetuar la memoria de un episodio fundamental para la historia de València y su pueblo.




