Aventuras del Covid
Córdoba
Ayer salimos mi marido y yo de 10 a 12, como corresponde a los mayores de 70. Nos dirigimos, dejando el camino de Almodóvar, hacia el antiguo barrio de Los olivos borrachos, que se queda a la izquierda. Hay allí una carretera asfaltada sin tránsito. Amapolas, grandes margaritas, macizos violetas… A la derecha un canal seco, la pared y detrás el ferrocarril de media distancia que viene de Sevilla. A la izquierda grandes adelfas de flores rosa vivo y rosa pálido. Vemos, bajo una acacia, unos plásticos negros, un colchón, un espejo vertical… La casa de una mujer y un hombre. Él lleva tatuajes en la espalda y el brazo. Son felices. En esta primavera y en plena naturaleza se puede ser feliz así, en cualquier sitio. Seguimos. Más flores, más árboles, más yerba. Descubro varios hinojos, mi madre los llamaba almoraduj, para aliñar las aceitunas. En otro tiempo los hubiese cortado y masticado, ahora no me atrevo. Además, llevo la mascarilla y si toco cualquier cosa ya no podré recolocármela. Aspiramos con fruición el vientecillo fresco. No vemos a nadie y me dejo caer la mascarilla, clavada en la cara, más arrugas. Qué alivio. Llegamos al final de la carretera. No hay más. Una cancela. Ahí arriba se lee ABB. Un edificio grande, de varias plantas, se alarga pero tampoco se ve a nadie. Alguna ventana abierta, puede ser una fábrica.
A la vuelta, una mirla. Como si nos conociera de siempre. Descarada, picotea junto a nosotros, tan feliz, en la yerba.