Sociedad
El Estilita

Epidemia teológica

A Coruña

El aburrimiento me vencía cuando encontré por fin un curioso vídeo en Youtube sobre el coronavirus. Después de semanas de soportar el estado de alarma, ya estaba harto del maldito bicho, pero aquello era un enfoque novedoso: era una entrevista en un programa de la televisión libanesa. El periodista, un tipo gordo, con el escaso pelo peinado hacia atrás y gafas, que parecía salido de la Transición, charlaba con un religioso, una especie de imán con barba blanca, gafas negras, un gorro blanco y una túnica listada. Los dos sostenían lo que se podría denominar un enfoque teológico del virus. Parecían encantados porque, como decía el presentador, había hecho que se cerraran los casinos y los prostíbulos y "ha destruido por completo a los países más opresivos".

Por supuesto, se referían sobre todo a Estados Unidos, pero también tuvieron algunas palabras para la Unión Europea porque, decía el periodista, apoya a EUU y atormenta a los musulmanes con la declaración universal de los derechos humanos, creyendo que los perros son superiores a los fieles. "Ahora están sufriendo, y la bandera de la Unión Europea está rota en pedazos". El imán subió la apuesta y entró en el terreno escatológico. "Somos testigos de los signos del juicio final"; proclamó, quizá en horario infantil. Los dos parecían muy resentidos por los organismos internacionales y su manía de celebrar conferencias donde decidían qué debía hacer el Líbano. "¿Quién les dijo que Alá estaba dormido?", se preguntaba aquel tipo regordete con pinta afable. "Ellos conspiran y Alá también conspira; Alá fue quien tramó esto del Coronavirus". Y luego se echaron unas risas.

Parecía una locura, pero tras visionar más vídeos de Memri TV, descarté una manipulación de los subtítulos (mi libanés no es muy fluido). El canal se dedica a grabar a los ayatollahs en su salsa, y todos exhibían una mezcla de mesianismo y conspiración paranoica. Algunos no eran clérigos sino analistas. Aseguraban que se trataba de un arma americana para matar chinos mientras que otros estaban convencidos de que los judíos estaban detrás de aquello. Un islamista egipcio de la secta sunita rezaba así, sin anestesia, pidiendo a gritos a Alá que usara el Coronavirus para aniquilar a los infieles, a los ateos y a los tiranos. Y a los chiitas, claro, que son musulmanes pero no como es debido. El tipo sonreía de oreja a oreja, informando a su congregación micrófono en mano de que los infieles habían tenido que cerrar los bares. Y las cafeterías. Y los cines. Yo soy más bien ateo, pero dándole un par de vueltas a la idea, lo cierto es que no se puede descartar una intervención divina. Quiero decir que Alá, o Yahvé, o Dios a secas, tiene un amplio historial en esto de usar plagas. Es, como se suele decir, un sospechoso habitual. Y encima, ahora todas las mujeres tienen que ir por la calle con el rostro tapado. Demasiada coincidencia. Además, incluso siendo como soy escaso de fe, me parece mucho más creíble el origen divino del Covid-19 que aceptar que exista gente que tiene la costumbre de comer murciélagos marinados en su propia sangre. Eso sí que no se lo cree nadie.

Yo no tenía infieles que matar, pero sí mucho tiempo, así que hice clic en un vídeo de una rueda de prensa de Donald Trump. Ojalá hubiera estado allí, bloc en mano. Trump, que llama al virus "Kung flu" (o sea, gripe kung-fu) insinuaba que el virus había sido un error de un laboratorio de China y mencionaba a Irán (país lleno de malvados chiitas). Recordó que ese país parecía a punto de expandirse por Oriente Medio cuando él llegó a la presidencia y que ahora estaban simplemente tratando de sobrevivir a la plaga y a las protestas. "Les ofrecí ayuda porque sé que necesitan respiradores y se los enviaremos, porque nos sobran –prometía-. Solo digo que Irán era el terror cuando llegué y ahora mismo ya no creo que quieran meterse con nosotros". Con todo aquello me entraban ganas de salir al balcón a aplaudir, algo que no había hecho ni una sola vez durante toda la cuarentena.

La gente se pregunta cómo será el mundo post coronavirus. No tengo ninguna duda de que será más o menos lo mismo. Los chiitas y los sunitas se seguirán odiando, eso seguro. Y todos odiarán a Trump, algo que no entiendo, porque a mí me parece un tipo de lo más divertido. El virus puede mutar, pero la naturaleza humana, no. La epidemia se irá y, cuando regrese, nos encontrará tal y como éramos. La única diferencia a la que podemos aspirar es a estar vacunados.

 
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