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Rosario Pérez Villanueva

'La fase de la inconsciencia'

La crisis del coronavirus está provocando que unos pierdan la salud, otros, el trabajo, otros, el ánimo y la confianza en el futuro, y otros, directamente, el sentido común

La Firma de Rosario Pérez: 'La fase de la inconsciencia'

La Firma de Rosario Pérez: 'La fase de la inconsciencia'

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Algeciras

La crisis del coronavirus está provocando que unos pierdan la salud, otros, el trabajo, otros, el ánimo y la confianza en el futuro, y otros, directamente, el sentido común.

Para el virus que ha zarandeado nuestras vidas todavía no hay vacuna ni tratamiento, y parece que aún queda para que se produzca el único milagro posible: el que viene de la mano de la ciencia.

Lamentablemente, para la pérdida del sentido común tampoco hay por ahora vacuna ni tratamiento a la vista, y ya se ven en las calles preocupantes indicios de que los síntomas empeoran con el buen tiempo y con los pensamientos obsesivos sobre cuestiones que los "afectados" creen de primera necesidad: los bares, las fiestas, los viajes en avión al quinto pino, la playa...

Está claro que todos echábamos de menos pasear, ver a nuestras familias y amigos, recuperar algunas de las sensaciones de nuestra vida de antes. Lo que resulta digno de estudio es que a tanta gente no se le metan en la cabeza unas instrucciones tan sencillas: que los contactos tienen que ser a 2 metros o con mascarilla, y, por supuesto, sin besos, con las manitas quietas, y sin compartir líquidos ni sólidos.

Me flipan esas imágenes de grupos de jóvenes apretujados en rincones y escalinatas, pasándose unos a otros la saliva mientras beben a morro de la misma litrona de cerveza, o dan caladas al mismo cigarro... Pero más aún (porque no tienen la excusa de la edad ni de las hormonas) esos grupos de madres y padres charlando tan tranquilos de sus cosas, sin metros, ni horarios ni pamplinas, mientras sus criaturas comparten juguetes, se abrazan y se comen los mocos.

Igual no se han enterado de que si las guarderías, los colegios y los institutos están cerrados es por algo: no porque este año les hayan dado por la cara unas largas vacaciones, ni porque las autoridades quieran que probemos la enseñanza en casa, a ver si así aprendemos a valorar, de una vez, a maestros y profesores.

Tal vez, simplemente, es que se creen inmunes, y por eso, ahora que las hay en todas las farmacias, pasan olímpicamente de ponerse la mascarilla, aunque hace sólo un mes hubieran pagado más de 20 euros por cada una y lloriquearan porque estaban agotadas.

Son los de siempre: los imprudentes, los inconscientes, los que mutan de repente del cabreo y el miedo al "no pasa nada", los destinatarios de las campañas de Tráfico de todos los veranos, los mismos que, en los peores años del Sida, tampoco se hubieran puesto el condón, porque claro, no es lo mismo, porque lo guay es ir por la vida a pelo, como si nunca fuera a pasar nada, como si las desgracias, siempre, les pasaran a los demás.

Por eso viven últimamente soñando con cada cambio de Fase, en lugar de hacer el esfuerzo de pasar a la única necesaria: la fase de dejar de hacer el gilipollas

 
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