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Las danzas macabras y el Decamerón: arte en tiempos de epidemia

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Alicante

En los siglos XIV y XV, Europa fue arrasada por la peste bubónica o peste negra. Esta pandemia, llamada así porque en una de sus manifestaciones la piel se oscurecía por el ennegrecimiento de la sangre, ocasionó la pérdida de más de un tercio de la población europea, una cifra muy impresionante.

Íntimamente relacionada con las condiciones higiénicas, la desnutrición y el escaso desarrollo de la ciencia, la peste negra fue recurrente a lo largo de casi dos siglos. La peste se propagaba a través de una bacteria que portaban las pulgas llamada Yersinia pestis. El hábitat natural de estas pulgas eran los roedores, pero también las personas, que morían rápidamente tras la picadura de estos insectos o de los roedores. Y daba igual que se tratara de ricos o pobres, no importaban la edad o la condición social: la infección dependía de la fortaleza de su sistema inmunológico.

La muerte, que llegó a normalizarse en la sociedad incluso con una cierta alegría resignada, se representó en todas las artes. Incluso nació un género artístico llamado danzas de la muerte en las que la parca era representada persiguiendo a personas, en forma de esqueletos tocando instrumentos o encapuchada con su guadaña en danzas macabras o en los títulos de muchas piezas como Ad mortem festinamus (Llibre Vermell de Montserrat), interpretada por Jordi Savall y La Capella Reial de Catalunya.

La peste negra no solo se cobró vidas, también causó estragos en la economía y en la sociedad. Debido a la desinformación, como en toda epidemia que se precie se llegó a culpar a los judíos de envenenar el aire y el agua. Incluso se atribuyó a un castigo divino, muy acorde con la visión medieval: «el mundo es un valle de lágrimas».

En esta época nació el pietismo, una doctrina que manipulaba a la gente para apartarla de lo racional y del mundo en favor de lo espiritual. Y en oposición al pietismo aparecen también los flagelantes, peregrinos que marchaban en una especie de procesión macabra donde se flagelaban y rezaban oraciones grotescas condenando las prácticas de la iglesia.

Pero no todo iban a ser oscuridad tinieblas y blasfemias. También hubo otro movimiento vitalista y estrechamente vinculado con la literatura conocido como ‘carpe diem que, considerando la fugacidad de la vida, invitaba a disfrutar al máximo de los placeres terrenales.

De ahí nace el Decamerón (1353), del autor italiano Giovanni Boccaccio, una de las grandes obras de la literatura universal. El Decamerón es una colección de 100 relatos protagonizados por siete chicas y tres chicos que describen la situación de la sociedad de la época y, sobre todo, sacan a la luz las inquietudes más íntimas de los jóvenes del Medievo.

En plena epidemia de la peste, los diez amigos decidieron confinarse juntos en una casa de campo en las afueras de Florencia. Al final de cada jornada cantaban y danzaban estos cuentos, que recreaban historias o escenas llenas de frescura y sensualidad, desengaños amorosos y dolor por la crisis de la pandemia.

Sobre estas canciones danzadas y sobre los personajes del Decamerón muchos compositores escribieron músicas, como este madrigal de Giovanni Pierluigi da Palestrina, Gia fu chi m'ebbe cara e volentieri, en versión de Concerto Italiano y su director Rinaldo Alessandrini.

Uno de los personajes femeninos más tiernos del Decamerón es Griselda, la paciente Griselda, capaz de encajar bondadosamente las adversidades más terribles que se presentan en su vida. Su arquetipo ha dado lugar a una buena cantidad de obras musicales, como Griseldade Alessandro Scarlatti, una ópera que contiene un aria tremendamente emotiva llamada Finirà, barbara sorte, en versión de la Akademie für Alte Musik de Berlín y su director René Jacobs.

Otra recreación bellísima del Decamerón, es esta pieza, Io mi son giovinetta, compuesta por Claudio Monteverdi, un canto a la inocencia frente a la muerte, en versión de nuevo del ensemble Concerto Italiano.

Y como último consejo, comunicad vuestras inquietudes a través del arte, con dibujos, músicas, improvisaciones, escritos, es una forma de mantener vivo el espíritu y una manera de comunicarnos con la sociedad...

Anabel Sáez es clavecinista, profesora de piano en el Conservatorio de Elche y directora artística de la Orquesta Barroca de Alicante y del ensemble La Galería del Claroscuro.

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