El arte de cuidar con cuidado

Vitoria

Hay que articular medidas para que siempre y más en contextos extremos como la crisis de la Covid-19, tanto los profesionales sanitarios como las familias, las personas cuidadoras, puedan antender y acompañar a los enfermos desde el punto de vista sanitario y emocional, facetas indivisibles en el “arte de cuidar con cuidado”.

Esta es una reflexión y reclamación que surge del ámbito de los cuidados paliativos tras las terribles experiencias vividas a lo largo de estos meses de pandemia.

Los profesionales de este campo quieren evitar así que se vuelvan a suceder convalecencias y muertes en soledad y que haya familias que tengan que despedirse de su ser querido sin adioses y sin abrazos.

No juzgan las decisiones tomadas en un tiempo excepcional pero ahora, cuando la presión de la crisis ha bajado, es momento -afirman- de revisar lo sucedido y planificar un nuevo escenario en el que se tenga en cuenta que lo asistencial, la compasión, la empatía o la escucha van de la mano en la atención a una persona enferma.

Desde las sociedades vasca -Ariduz- y española -SECPAL- de cuidados paliativos, el médico Alberto Meléndez asegura que los profesionales deben tener los medios necesarios para sentirse protegidos a la hora de atender a los pacientes infectados. Que no se retraigan de llevar a cabo una actuación de cuidado por miedo.

Cree, además, que hay que dotar también de medidas de protección y protocolos de actuación a los familiares para que formen parte del equipo de cuidado de la persona enferma, si es que así lo desean. Que puedan estar cerca en la convalecencia y en el final de la vida. Porque solo se muere una vez.

Con respecto a las visitas en residencias, opina que hay que ser flexibles para adaptarse a las necesidades de cada mayor. Una persona demenciada, explica, requiere de unas atenciones diferentes a las de una persona que no está en esas situación.

El baile de la enfermera y la heroína

Elena Abascal, enfermera vitoriana y compañera de Alberto Meléndez en la Sociedad de Cuidados Paliativos de Euskadi, ha vivido en primera línea las consecuencias de la Covid-19. Aún -dice- no sabe dónde colocar en su vida “esta barbaridad” por la que ha atravesado.

Cuenta que tras varios días ingresados, todos sus pacientes le parecían iguales. Les igualaba la confusión, el miedo, la falta de estímulos por el aislamiento; también el aspecto físico: el pelo descuidado, las barbas o las bocas sin limpiar bajo las mascarillas. Les faltaba, asegura, el cuidado que solo los seres queridos pueden dar y a los que los profesionales, desbordados por el volumen de trabajo o por el miedo a contagiarse y contagiar -entre otros factores-, no llegaban. En cuanto pudo, narra Elena, su equipo decidió devolver la “dignidad” al aspecto de esos pacientes.

A Elena le revuelven todavía esas y otras muchas imágenes, como la de aquel hijo aturdido por el dolor que acudió a su centro tras una llamada en la que le comunicaron que su padre había muerto repentinamente. Él quería, necesitaba una explicación. Finalmente acordaron dotarle de material de seguridad y, bajo unas pautas, le dejaron ver el cuerpo. Solo pidió que le enterraran con una foto de la familia. Así fue.

En medio de lo terrible -dice Elena- también ha habido momentos maravillosos de solidaridad y aprendizaje y relata con emoción el baile que se echó con una paciente “heroína”. Imaginen las escena. La enfermera ataviada con su EPI: doble mascarilla, doble guante, pantalla etc. La paciente con dificultades de comunicación por una patología previa. El caso es que se echaron un breve bailecito, sí. Porque aquella mujer no quería renunciar al optimismo y porque Elena cree que en su trabajo como cuidadora es fundamental incorporar esa dimensión humana.