El insulto y la coartada

La opinión de Ángel Santiago Ramos (12/06/2020)
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León
El uso del insulto denota, entre otras cosas, escasez de conocimientos y una evidente carencia de recursos dialécticos y argumentos de peso. Tres virtudes que no abundan entre la clase política actual, cada vez más proclive a frecuentar la ofensa del contrario como núcleo de sus parlamentos públicos.
Juan Pablo Fernández, portavoz de Podemos en las Cortes Regionales y líder de esta formación en Castilla y León, se gusta de agraviar con poca enjundia y mucho ruido. En posesión de un limitado corriculum profesional, licenciado en Derecho y gestor de un quiosco de prensa y chucherías, sin embargo no tiene reparo alguno en descalificar por “falta de preparación”, dijo, a la nueva consejera, la leonesa Carlota Amigo.
Principal responsable de fracasos como el perder en cuatro años 8 de 10 procuradores regionales, no repara en subir el listón de sus barbaridades verbales como el hacer un paralelismo entre actuaciones de la consejera de Sanidad y las del doctor Mengele. Recordemos, un exterminador en los campos de concentración nazi.
Igualmente, buscando un lugar en los titulares de una prensa sin boca fina, el doctor Díaz Villarig, presidente cuasi perpetuo de colegios de médicos, sindicatos y una de sus comunidades de vecinos, esta última en fase de sangría económica, acaba de demandar al también doctor y vicepresidente de la Junta, Francisco Igea.
Villarig, que no corre con gastos personales de abogado, le ha puesto cachondo jurídicamente hablando algo tan nimio como la acusación de haber faltado a su juramento hipocrático durante la pandemia. La pelea de doctores, que viene de lejos, le sirve al denunciante como coartada para sus innobles causas.
Unos abusan de la correa de las palabras gruesas. Y otros van al juzgado por una simple caricia verbal.




