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Fútbol / CD Tenerife

El silencio de un quirófano

Unos impostados cánticos por megafonía intentaron quebrar el ambiente sepulcral en el regreso del fútbol al Heliodoro

Perspectiva que ofrecía este lunes el Heliodoro Rodríguez López. / LaLiga

Santa Cruz de Tenerife

En los accesos al Heliodoro Rodríguez López han instalado un termómetro digital de máxima precisión. Basta con acercar el cogote o aproximar la mano para detectar si uno tiene fiebre. Si este lunes lo que hubiesen testado fuese la temperatura del partido en el día que volvía el fútbol, seguro que el Tenerife-Málaga hubiese dado negativo.

Todo era diferente en un Heliodoro sin alma, despojado de lo más sagrado: la afición en los asientos, el rugir de las gradas y los decibelios de las multitudes. Las butacas vacías -eran mayoría absoluta- certificaban la gravedad de la situación sin precedentes que han sufrido España y el mundo entero. Y acabados los 90 minutos aún quedarían dudas sobre la conveniencia de jugar así. Con el silencio de un quirófano.

Donde antes había bufandas, ahora mascarillas; donde antes banderas, ahora hidrogel; donde antes palmas, ahora guantes. Los cánticos enlatados por megafonía eran la impostada banda sonora de un espectáculo artificial y tan concebido para la televisión que la organización ha instalado una cámara enorme frente a las cabinas de las radios. Desde la ubicación de la SER apenas se veía nada, pero al cronista le resulta imposible demostrarlo porque desde LaLiga le recordaron que no estaba autorizado a tomar imágenes. Ahora bien, hasta con visibilidad reducida era indiscutible (e indisimulable) el bodrio hecho sesión de fútbol. Ni tan siquiera las ocasiones clamorosas o las opciones claras de gol venían acompañadas del ¡uy! de quienes seguían el partido en la distancia de los balcones, excepción a la norma de que no habría público en un día triste para la historia larga y rica del Heliodoro Rodríguez López. Nostalgia de cuando las grandes proezas del Tenerife hacían removerse sus cimientos.

Las crónicas de mañana dirán que volvió el fútbol; la realidad es que fue otra cosa aunque quedase inscrito el registro de un marcador, unas alineaciones (con hasta cinco cambios) y unos árbitros a los que no presionó ni silbó nadie.

Hubo momentos de silencio sepulcral, gran anomalía en un Heliodoro habituado a brindar su aprobación o emitir su censura ante todo o casi todo. También al presidente del Tenerife, tantas veces silbado y esta vez sentado en la comodidad de su sillón de un también extrañísimo palco VIP, a dos metros de cada uno de sus consejeros acompañantes. Seguro que incluso él echó en falta algo de ruido porque este lunes en el Heliodoro faltó todo lo principal. Nada de emociones; ningún sentimiento más que la desazón; cero sentimiento y una sola certidumbre: un estadio sin público es como una playa sin arena. Este fútbol nuevo es triste como un epitafio.

 
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