'En la tercera fase'
Bueno, pues ya estamos en la tercera fase, como en el título de aquella película de Spielberg, y las primeras horas bastan para comprobar que la nueva normalidad hacia la que caminamos se parece mucho a la que conocíamos antes del 14 de marzo
La Firma de Rosario Pérez, "En la tercera fase"
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Algeciras
Bueno, pues ya estamos en la tercera fase, como en el título de aquella película de Spielberg, y las primeras horas bastan para comprobar que la nueva normalidad hacia la que caminamos se parece mucho a la que conocíamos antes del 14 de marzo, al menos en Andalucía.
Será por que aquí el coronavirus no ha golpeado con tanta virulencia como por otras latitudes, o porque nuestro ADN nos empuja a pasar el mayor tiempo posible en la calle, o porque nuestra economía depende de los bares, el turismo y el cachondeo mucho más de lo que debiera... no lo sé. El caso es que llevo varios días con la sensación de que por el sur del sur de esto que todavía se llama Europa parece como si no hubiera pasado nada, como si no estuviéramos todavía en medio de una pandemia que sigue llevándose por delante la vida, la salud, el trabajo y los planes de futuro de demasiada gente.
Está claro que no hay que vivir con miedo, sino aprender a convivir con él, y en ello estoy. En ello, y en aprender a decir "NO", una eterna asignatura pendiente que, si no se aprueba, nos obliga a estar siempre poniendo excusas, inventando pretextos, exagerando pequeñas dolencias para evitar ir a esa fiesta que no nos apetece, esa comilona que se llevaba un siglo aplazando y que de pronto parece tan urgente, ese reencuentro de 15, 20, 25 personas empeñadas en darte besos y abrazos a los que no te piden el cuerpo ni la mente corresponder todavía, porque te sientes insegura, desconfiada, frágil y vulnerable ante un peligro invisible, pero que intuyes ahí, al acecho, esperando a que te confíes.
Hace tiempo conocí a un soldado, bregado en escenarios mucho peores de los que yo imaginaré jamás, que me contó que lo que más se temía en situaciones de peligro no era poner en riesgo la propia vida, sino que un descuido o un mal cálculo le costara la suya a los que confían en ti, a los que no puedes, ni debes, permitirte fallar. Ahora sé que no exageraba... Que lo que más miedo da ni siquiera es contagiarse, sino que una imprudencia que podrías haber evitado acabe dañando a otros, a los que más quieres, a los que cuesta tanto imaginar que puedan no estar ahí, donde siempre han estado, sujetándote la mano cada vez que te caes.
En fin, supongo que algunos, todavía, necesitamos algo de tiempo... El nuestro, el que nos marque nuestro reloj interno y nuestro sentido común, y no el que pregonen un informe oficial o un decreto, una playa abarrotada de gente sin mascarillas o un puñado de aviones atestados de pieles pálidas necesitadas de vitamina D y litros de sangría.