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Emy Luna

'Boceto ingenuo'

Hay un abismo entre lo dicho y lo hecho. Decir que uno va a hacer algo es fácil, hacerlo ya no lo es tanto

La Firma de Emy Luna: 'Boceto ingenuo'

La Firma de Emy Luna: 'Boceto ingenuo'

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Algeciras

Hay un abismo entre lo dicho y lo hecho. Decir que uno va a hacer algo es fácil, hacerlo ya no lo es tanto. Pensar lo que uno quiere, también es fácil. Pero decir exactamente lo que uno piensa es mucho más complicado. Cuando hay una relación directa entre lo que pensamos y lo que hacemos, nuestras acciones son llamadas coherentes. Pero si no cumplimos este principio se nos puede tachar de hipócritas.

Hubo un tiempo en que las personas eran cuidadosas con su lenguaje y con la forma de referirse a los demás. Había adjetivos absolutamente descartados de nuestro uso si nos considerábamos personas educadas y de bien. Había palabras impronunciables no por difíciles, sino por el daño que hacían. Por lo mal que sonaban. Incluso había lugares donde todos sabíamos que no se levantaba la voz por respeto y por educación. Símbolos que no significaban nada para unos pero eran importantes para otros. Y, aunque no lo entendiéramos, lo respetábamos. Porque no se necesita comprender a las cosas o a las personas para respetarlas. Había creencias que no eran las nuestras, pero las protegíamos como si lo fueran. Porque en ello nos iba la paz.

Y es que hubo un tiempo, y no está tan lejos, en que tener diferencias era algo natural y manifestarlo no encarnaba ningún riesgo: todos sabíamos que los demás custodiarían nuestra divergencia. Todo esto ocurría en una sociedad que era ciertamente depositaria de valores que hoy no encontramos. Actuábamos con la certeza de que éramos libres de opinar y que nada malo podría pasarnos por ser sinceros. Porque en ese tiempo al que me refiero, los garantes de nuestra seguridad eran precisamente los demás. Los que nos rodeaban y los que nos gobernaban. Pero entonces todos teníamos el deseo de crecer como sociedad y nación; la voluntad de borrar las viejas cicatrices del pasado y la meta de que todos pudiéramos ser iguales ante la ley y la justicia. Unidos, nos subimos gustosos, codo con codo, en el tren del progreso con el que soñábamos.

Dibujo de la Plaza Alta por Emy Luna. / Emy Luna

Esto es sólo un breve retrato de lo que durante cuarenta años intentamos entre todos que fuera nuestra nación.

Pero el telón se ha descorrido y los desgarrones del terciopelo nos dejan ver una realidad distinta, donde la hoja de ruta la presiden la falta de educación y la ausencia de respeto y donde la palabra que más se oye es la que menos se persigue: Unidad. Me pregunto horrorizada si será esto lo que los "expertos" llaman la ¨nueva normalidad".

 
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