Onanismo onírico
A Coruña
No por primera vez en mi vida, me pregunté qué diablos pasaba conmigo, y por qué era incapaz de ver las cosas del mismo modo que el resto de la gente. Estaba en el salón de actos del Fórum Metropolitano y acababan de presentar el proyecto de peatonalización de la calle Alcalde Marchesi. Todo el mundo parecía encantado y aplaudía ante las preciosas infografías que convertían la vieja calle en un bulevar de suelo ajedrezado con distintas tonalidades de verde, con grandes bancos ondulados de hormigón blanco y árboles en macetas igualmente blancas e irregulares. Según explicó la arquitecta, se trataba de crear una sensación orgánica, como si fueran cantos rodados. En las imágenes que se proyectaban contra la pared, una detrás de otra, parejas encantadoras y sonrientes caminaban de la mano mientras niños alborozados jugaban a la rayuela y los ancianos charlaban sentados en esos extraños bancos.Resoplé un par de veces desde mi asiento porque aquello parecía un plató de los Teletubbies o Barrio Sésamo. Cuando los periodistas ya estábamos fuera, la alcaldesa me preguntó qué me parecía. Me limité a comentar que no me gustaba y ella me respondió que solo necesitaba acostumbrarme a la idea.
Me iba a costar un rato, pero supongo que no tengo más remedio porque ese es el nuevo urbanismo, en el que los coches desaparecerán para que los peatones pudieran recuperar las calles. Estas se convertirán en espacios de convivencia y ocio, libres de ruido y contaminación, como lo eran antes de que el automóvil hiciera su aparición y expulsara a los peatones de la calzada. En la movilidad del siglo XXI, todos nos desplazaremos en transporte público o en bicicleta, no habrá atropellos ni atascos y los escasos vehículos privados serán eléctricos. Todo parecía maravilloso, pero no podía evitar sentirme estafado y no solo porque yo vivo en el área metropolitana y me muevo en coche a diario: cuando era niño, las películas me habían prometido un futuro lleno de coches voladores y motos antigravedad, 'Regreso al futuro', 'Blade Runner', 'El Quinto Elemento'... Había soñado con ciudades superpobladasdominadas por rascacielos que rozaban la estratosfera, urbes en las que podría volar con mi coche por cañones de cemento o, sí tenía que caminar, podría hacerlo sobre piernas biónicas. La lluvia ácida y la falta de ozono me parecían un pequeño precio a pagarpor todo aquello. Estaba preparado para vivir en aquel mundo, estaba impaciente, de hecho. Y ahora, ya de adulto, tenía que soportar que el concejal de Movilidad me dijera que el futuro era la propulsióna pedales.
Por otro lado, el cemento y el asfalto me parecían mucho más naturales, a su manera, que aquello que ni siquiera parecía una calle, ni un bulevar, ni nada que yo hubiera visto en mi vida, sino una especie de hábitat simulado, como un terrario gigante para humanos, con su imitación de césped y sus macetas como cantos rodados. Si se produjera una invasión alienígena (y era la única esperanza que me quedaba de que una de las películas de ciencia ficción favoritas de mi infancia se hiciera realidad) sin duda así serían los zoos en los que los extraterrestres nos encerrarían, convencidos de que habían logrado replicar nuestro hábitat natural con tanto éxito que ni siquiera nos daríamos cuenta de que no estábamos en una pradera con árboles.
Pero, además, estaba aquello a lo que los arquitectos habían bautizado con el pretencioso nombre de "árbol de tecnología", y que no eran más que grandes farolascon conexiones USB y wifi en su base, para que la gente pudiera recargar sus aparatos y conectarse a la web mientras los niños jugaban a la rayuela en vez de al Fortnite. Pero aquella escena de ensueño podía fácilmente convertirse en pesadilla. Me explicaré: a finales de 2015, en Nueva York,también habían instalado módulos públicos equipados con puertos USB y acceso a wifi gratuitos para sustituir sus viejas cabinas telefónicas. Meses después, se habían convertido en el punto de encuentro de tirados y vagabundos que se dedicaban a ver videos porno durante horas. Nadie más podía utilizar esos pegajosos puntos de recarga (probablemente, nadie quería ni tocarlos), así que el municipio neoyorquino tuvo que modificarlos para que solo se pudiera acceder a páginas municipales. Para mí, esa anécdota demuestra que la gente es un problema mucho mayor que los coches. Esa era la razón por la que no me gustaba el proyecto, porque intentaba crear un mundo ideal para gente que estaba lejos de serlo y esa era la razón por la que cada vez que en el Fórum Metropolitano ponían una infografía de parejas y niños felices, mi menteno podía dejar de pensar que en aquella escena faltabanvagabundos masturbándose.




