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'La Muerte Roja y el Calar de la Santa'

Comentario semanal de opinión para el programa Hoy por Hoy Murcia del catedrático de Literatura de la UMU, Pepe Belmonte

Representación de La Muerte Roja en Halloween / Getty Images

Murcia

'La Muerte Roja y el Calar de la Santa', por Pepe Belmonte

Micromentario / Pepe Belmonte (26-10-20)

02:48

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En uno de los cuentos más escalofriantes y sobrecogedores del escritor norteamericano Edgar Allan Poe, el titulado "La máscara de la Muerte Roja", cierto príncipe, llamado Próspero, hombre feliz, intrépido y sagaz –así lo define Poe en su relato–, ante la espantosa plaga de peste que se extiende, como una enorme mancha de sangre, por su devastado país, llama a sus robustos y desaprensivos amigos de entre los caballeros y damas de su corte, y, junto a bufones, bailarines y músicos, decide encerrarse en una abadía fortificada, con una sólida y altísima muralla que la circundaba.

Era la mejor garantía para evitar el contagio, mientras la peste, al otro lado, llevaba a cabo, entre los más pobres y desgraciados, su labor sorda y muda, con los más terribles estragos.

Meses después, en un baile de máscaras que propone el propio príncipe Próspero para divertir a sus compinches, uno de los allí presentes aparece vestido con una mortaja salpicada de sangre.

Es la Muerte Roja que, sin que nadie supiera el modo, había logrado introducirse en la fortaleza y helar así los sueños felices de los allí presentes que se creían completamente a salvo.

Del mismo modo, sin que falte un punto del dramatismo del cuento de Poe, hace unos días los 180 vecinos de la pedanía del Calar de la Santa, situada entre Moratalla y la población albaceteña de Nerpio, vieron como sus sueños de gente aislada del mundo, protegida de todos los males, a salvo de la pandemia, se venían abajo tras la aparición de unos cuantos jóvenes, muchos de ellos estudiantes en la capital, que celebraron, con la alegría y el jolgorio propios de la edad, un evento social en ese pequeño lugar casi remoto.

Comida, bebida y copas que propiciaron que aparecieran varios positivos entre los 180 sorprendidos vecinos del Calar de la Santa, todos ellos ya de una edad avanzada y, por lo tanto, entre la población de riesgo. Una auténtica broma pesada que podría derivar en tragedia y que, en ningún caso, tenía que haber sucedido.

Decía el filósofo ginebrino Juan Jacobo Rousseau, aquel que defendía que el hombre es bueno por naturaleza y que es la sociedad quien lo corrompe, que "las ciudades son el abismo de la especie humana".

Y a la vista de los hechos, qué razón tenía el hombre.

 
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