Ira, odio y racismo 'democrático'
María José Aguilar, catedrática de Trabajo Social, habla de cómo la polarización está afectando al trato que reciben los inmigrantes
Ira, odio y racismo 'democrático'
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Albacete
En España debería investigarse la polarización afectiva. La polarización afectiva se refiere a sentimientos, no a diferencias ideológicas, políticas, territoriales o fiscales.
Esta polarización afectiva, que se lleva estudiando más de una década en Estados Unidos, tiene importantes consecuencias en el comportamiento político individual y en los cálculos estratégicos de las élites políticas. Unas élites que, como hemos podido volver a comprobar estos días en el campo ideológico de la derecha, están interesadas en fomentar dicha polarización y sacar rédito electoral de la misma.
La extrema derecha ensancha su campo de batalla a través de eventos coordinados en diversas ciudades de España y otros países, provocando disturbios ellos mismos para achacárselos inmediatamente a los niños que migran solos, por ejemplo.
Esta criminalización de las víctimas forma parte de los discursos xenófobos y racistas que se están aprovechando de los sentimientos de ira que pueden experimentar cada vez más personas.
La incertidumbre y la amenaza económica y sanitaria provocada por el coronavirus alimenta el sentimiento de ira. Y esta ira, canalizada contra las personas migrantes, es muy preocupante porque las excluye y justifica que se les violen todos sus derechos. Movilizando el resentimiento contra quienes migran, apelando a principios legítimos, pero usando esos principios para excluir a los migrantes de tales principios, no solo estamos alimentando el odio. Estamos construyendo un racismo “democrático”, que considera justificable la violación de derechos de determinadas personas.
La consecuencia más evidente de este racismo “democrático” es la deshumanización del migrante en las prácticas institucionales. Un racismo que permite excluir de nuestro espacio de preocupación moral a ciertas personas. Construimos así fronteras morales para justificar que quienes migran sean cuerpos violables, explotables, esclavizables. Y que, encima, todo ello parezca democrático.
