Un presidente golpista

Albacete

Asistimos hoy estupefactos al espectáculo de la democracia americana en su día grande. Los votantes han ejercido su derecho fundamental al voto. Todos lo tienen: cirujanos, catedráticas, empresarias, agricultores, tanto si son del movimiento antivacunas como si creen que la tierra es plana. Es el derecho democrático por excelencia. Un derecho, por cierto, que a la mujer le costó más de un siglo conseguir.

Quienes piensan que unos votos valen más que otros y que una persona sin estudios no debería votar porque "no sabe a quien vota" incurre en un grave error, porque si la sociedad somos todos y el voto se emite para el gobierno de la sociedad -no se olvide-, ese voto del joven que sólo piensa en fiestas es tan legítimo y necesario como el de la doctora en ciencia política. Todos es "todos".

Por eso sorprende que todo un Presidente de la nación con la democracia más añeja se permita denunciar a priori un sabotaje electoral justamente para intentar una especie de golpe de Estado por no confiar en la legitimidad de las elecciones. También aquí se ha cuestionado con frecuencia esa legitimidad, y también a quienes lo han hecho habría que calificarles de golpistas.

En efecto, la teoría del golpe de Estado no excluye a los propios gobernantes como autores del mismo. En España lo sabemos bien. Si un presidente intenta paralizar la democracia en su país, incurre en un grave delito de traición y, además, convierte su nación en una república bananera.