La dehesa

Córdoba

Mientras veo por los cristales la sierra de Córdoba, rememoro el paisaje de mi infancia, cuando en las vacaciones de Navidad nos trasladábamos al campo. Algo más que campo es la dehesa de Los Pedroches, el tesoro que en estos días de frío empieza a hibernar. La tierra descansa. El bosque de encinas conoció la alternancia del barbecho y el cultivo, la rotación entre cereales y legumbres, los cerdos disfrutando de su montanera, bellotas dulces en la escarcha.

Por entonces todo estaba ordenado y dispuesto. Había espacio para el trigo y las ovejas, para garbanzos y cebada, tiempo para la siega y el arado. Las estaciones se sucedían sin forzarlas, cuando el suelo no se había llenado de plásticos y la compra se hacía con el cenacho y el papel de estraza con que el comerciante envolvía alguna cosa, porque todo se vendía a granel.

Mientras en otras comarcas los girasoles, el algodón o los espárragos se pierden en la extensión de los ojos para que pueda por ahí danzar a gusto la moderna maquinaria, Los Pedroches no arrancaron sus encinas, cohabitaron con piaras y hoces y rebaños, con porqueros y espigas y pastoras. La sagrada dehesa, fiel para cada estación del año, sigue siendo el vestigio vivo de la historia, que lo mismo da hierba y sombra a las vacas, que bellotas almendradas a los ibéricos de raza.